Imprimir esta página
Lunes, 03 Septiembre 2018 19:16

La Hna.Lucía y María Corredentora

Escrito por P. Enrique Ramos Marín
Valora este artículo
(1 Voto)

Como todos sabemos, la hermana Lucía —una de los tres videntes de Fátima— es una testigo excepcional de la acción de Dios a través de la Madre. Vivió hasta el año 2005, muchísimo en contraste con los otros dos pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta, que fueron muy pronto llevados al cielo en 1919 y 1920 a los 10 y 9 años de edad. ¡La vida de Lucía fue una vida larga y una vida escondida para la gloria de Dios!

Muy próximo al Jubileo del año 2000, en el que el Papa San Juan Pablo II cruzó con toda la Iglesia las puertas del 3er Milenio cristiano, en 1997, la Hna. Lucía respondió a las preguntas de muchos a través del libro “Llamadas del Mensaje de Fátima”, del que extraemos este pasaje. Las “Llamadas” es una especie de Catecismo de Fátima, dividido en cuatro partes: un tema introductorio con el ambiente de las Apariciones, los temas centrales de la Fe, una parte Moral y la Oración.

En el texto que compartimos con los miembros del Foro, ella usa sin miedo el término “corredentora”.

image.pngEsta asociación a la Redención de su Hijo comienza con la misma encarnación. Menciona dos momentos, el momento en que Jesucristo forma parte del seno casto de María y el momento del sí. Desde ese primer momento en el que laten al unísono ambos corazones, la obra de la redención pasa por el Corazón Inmaculado de María. De este modo, cuando nos abrimos al Corazón vivo de Jesucristo podemos tener la certeza de que lo que sucede está pasando también por el corazón de la Madre, por sus entrañas maternas. Todo ello, para darnos a luz, como dijo en su Conferencia Mons. Munilla en la parroquia de Santa M. Maravillas, el año del centenario de Fátima. ¡Qué pasada!

También nos habla del modo concreto en que se opera la salvación, en la Eucaristía... ¡si le dejamos actuar! 

Texto tomado de LLAMADAS DEL MENSAJE DE FATIMA, Hna Lucía de Fátima (Planeta Testimonio 2001) 124:

La obra de nuestra redención comenzó en el momento en el que el Verbo descendió del Cielo para tomar un cuerpo humano en el seno de María. Desde aquel instante y durante nueve meses, la sangre de Cristo era la sangre de María, cogida en la fuente de su Corazón Inmaculado: las palpitaciones del corazón de Cristo golpeaban al unísono con las palpitaciones del corazón de María.

Podemos pensar que las aspiraciones del corazón de María se identificaban absolutamente con las aspiraciones del corazón de Cristo. El ideal de María se volvía el mismo de Cristo, y el amor del corazón de María era el amor del corazón de Cristo al Padre y a los hombres. Toda la obra redentora, en su principio, pasa por el Corazón Inmaculado de María, por el vínculo de su unión íntima y estrecha con el Verbo Divino.

Desde que el Padre confió a María su Hijo, encerrándole nueve meses en su seno casto y virginal —«Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros» (Mt 1,22-23; Is 7,14)—, y desde que María, por su «sí» libre, se puso como esclava a disposición de la voluntad de Dios, para todo lo que Él quisiese operar en ella, ésta fue su respuesta: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), desde entonces y por disposición de Dios, María vino a ser con Cristo, la corredentora del género humano.

Es el cuerpo recibido de María que, en Cristo, se torna víctima inmolada por la salvación de los hombres, es sangre recibida de María que circula en las venas de Cristo y que surge de su corazón divino. Son ese mismo cuerpo y esa misma sangre, recibidos de María, que bajo las especies de pan y vino consagrados nos son dados en alimento cotidiano para robustecer en nosotros la vida de la gracia y así continuar en nosotros, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, su obra redentora para la salvación de todos y cada uno, en la medida en que cada uno se adhiera a Cristo y coopere con Cristo.

Así, después de llevarnos a ofrecer a la Santísima Trinidad los méritos de Cristo y del Corazón Inmaculado de María, que es la madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el mensaje pide que le sean asociados también la oración y los sacrificios de todos nosotros, miembros de aquel mismo y único cuerpo de Cristo, recibido de María, divinizado en el Verbo, inmolado en la cruz, presente en la Eucaristía, en crecimiento incesante en los miembros de la Iglesia.

En cuanto madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el corazón de María es de algún modo el corazón de la Iglesia, y es aquí, en el corazón de la Iglesia, que ella, siempre en unión con Cristo, vela por los miembros de la Iglesia, dispensándoles su protección maternal. Mejor que nadie, María cumple lo que Cristo nos dice: «Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo»(Jn 16,24). Es en el nombre de Cristo, su hijo, como María intercede por nosotros cerca del Padre. Y es en el nombre de Cristo, presente en la eucaristía y hecho uno solo con nosotros por la Sagrada Comunión, como unimos nuestras humildes oraciones a las de María, para ella dirigirlas al Padre en Jesucristo, su hijo. Por eso es que, repetidas veces, le suplicamos: «Santa María madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».

Visto 3197 veces Modificado por última vez en Martes, 22 Septiembre 2020 11:01