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Domingo, 14 Octubre 2018 20:26

Corazón de Cristo II: Santa Margarita Mª de Alacoque

Escrito por Rubén Herraiz y María Rivero
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Margarita María de Alacoque (1647-1690)[1], figura clave en la espiritualidad del Sagrado Corazón, fue religiosa de la Orden de la Visitación fundada por san Francisco de Sales y santa Juana Francisca de Chantal, desde el 1671 (año en que ingresó en la Orden a los 23 años) hasta el final de su vida. Considerada una de las grandes místicas, el Señor llevó a santa Margarita por un camino extraordinario de revelaciones místicas, de entre las que se destacan 4 grandes revelaciones que se dan entre 1673 y 1675. 

24c00ad362cebeea785bc29953afa6a6Es importante situarse en el momento en que suceden las revelaciones místicas: estamos en el mundo de la estética barroca, cargada de símbolos sensibles. Las claves de la Experiencia son: interioridad e intimidad en la contemplación cristocéntrica, llamamiento para una misión de revelación al mundo, intercambio de corazones, participación en el amor de Cristo, designio de sufrimiento y entrada en el discipulado. 

"“Esto [ingratitudes y desprecios] –me dijo— me es mucho más sensible que cuanto he sufrido en mi Pasión; tanto que si me devolvieran algún amor en retorno estimaría en poco todo lo que por ellos hice, y querría hacer aún más, si fuese posible. Más no tienen para corresponder a mis desvelos por procurar su bien, sino frialdad y repulsas. Pero tú, al menos, dame el placer de suplir su ingratitud en cuanto puedas ser capaz de hacerlo”, Y manifestándole mi impotencia, me respondió: “Toma, ahí tienes con qué suplir todo cuanto te falta”. Y al mismo tiempo se abrió el divino corazón, y salió de él una llama tan ardiente que creí ser consumida, pues me sentí toda penetrada por ella"[2]

Seguimos en la clave de reparación, no de la ofensa hecha a Dios, pues esa solo Cristo puede cumplirla, si no, supuesta ésta, reparar la ingratitud y frialdad que como respuesta a su amor-entrega recibe Jesús. En este fragmento se expresa la pasión con la que Jesús anhela el amor de los hombres y la ausencia de éste que recibe como respuesta. La petición que hace a santa Margarita es de suplir la ingratitud de los pecadores. En lugar de las ingratitudes de los hombres le pide que ella lo ame; de algún modo le está pidiendo que ella responda por los que le devuelven ingratitud. Al igual que en san Juan Eudes, también aparece aquí la incapacidad de poder ofrecerle nada tan grato como lo que él mismo nos da, pues le enseña su corazón divino para que de ahí tome cuanto le falta; la noción eudista del amor participado y comunicado. Dar a Dios lo que él nos ha dado primero. Este retorno vicario del amor se concreta en una serie de prácticas que la santa vive como mandatos divinos: la comunión los primeros viernes de mes, la Hora Santa en la noche de los jueves y la fiesta anual del Sagrado Corazón de Jesús.

La petición de la Hora Santa es acompañar a Jesús en el sufrimiento de Getsemaní, siendo participe de él con intención de suplencia reparadora:

"A fin de acompañarme en la humilde oración que hice entonces a mi Padre en medio de todas mis angustias, te levantarás entre once y doce de la noche para postrarte conmigo, durante una hora, la faz en tierra, ya para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia por los pecadores, ya para dulcificar de algún modo la amargura que sentí en el abandono de mis apóstoles, la cual me obligó a echarles en cara que no habían podido velar una hora conmigo"[3]

Aparece una novedad pues la petición indica una circunstancia, conmigo, no simplemente el sacrificio ofrecido, si no que es justamente postrándose con Jesús postrado. También las dos posibilidades que indica como finalidad: o bien para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia por los pecadores (aquí aparece el sacrificio como intercesión), o bien para dulcificar la amargura de Jesús, en clave consoladora. 

Durante el mes de junio de 1675, en la octava del Corpus, ella experimenta lo que se conoce como “gran revelación”:

"Estando en cierta ocasión en presencia del Santísimo Sacramento durante su octava, recibí de Dios gracias sobreabundantes de su amor, y sintiéndome movida del deseo de corresponderle en algo y rendirle amor por amor, me dijo: “no puedes darme mayor prueba que la de hacer lo que ya tantas veces te he pedido”. Entonces, descubriendo su divino Corazón, me dijo: “He ahí este corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. Por esto te pido que sea dedicado el primer viernes después de la octava del santísimo sacramento a una fiesta particular para honrar mi corazón, comulgando ese día y reparando su honor por medio de un respetuoso ofrecimiento, a fin de expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto en los altares. Te prometo también que mi corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que le rinden este honor y los que procures que le sea tributado"[4]

61c16ebf268e6d8967ed94247f0a7ea3Las peticiones que Jesús le hace a santa Margarita tienen un marcado carácter expiatorio respecto a las irreverencias y sacrilegios, una especie de “como ellos no—al menos tú”. Y añade una promesa de sobreabundancia a lo que en realidad le es debido.

Santa Margarita distingue en Dios una “santidad de justicia” y una “santidad de amor"; la primera tiene su fundamento en la cólera de Dios en el sentido bíblico de incompatibilidad absoluta entre Dios y el pecado, pero interpretada y vivenciada desde la doctrina de san Anselmo; la segunda corresponde a la misericordia, y en ella se sustenta la posibilidad de reparación[5]

"Me dijo con mucho amor: “aquí fue donde sufrí [interiormente] más que en todo el resto de mi Pasión, al sentirme abandonado por completo del cielo y de la tierra y cargado con todos los pecados de los hombres. Comparecí ante la santidad de Dios, el cual, sin tener en cuenta mi inocencia, me hirió en su furor y me hizo beber el cáliz que contenía toda la hiel y amargura de su justa indignación, como si se hubiera olvidado del nombre de Padre, para sacrificarme a su justa cólera. No hay criatura alguna capaz de comprender la magnitud de los tormentos que entonces sufrí. Fue un dolor semejante al que siente el alma criminal cuando se presenta ante el tribunal de la santidad divina, la cual hace sentir su pesadumbre sobre ella, la estruja, la oprime y la obliga a abismarse en su justo furor”. Y añadió a continuación: “Mi justicia está irritada y dispuesta a castigar con castigos manifiestos a los pecadores ocultos, si no hacen penitencia; yo te daré a conocer cuándo está dispuesta mi justicia a lanzar sus rayos sobre esas cabezas criminales. Y será cuando sientas sobre ti el peso de mi santidad; debes elevar entonces tu corazón y tus manos al cielo con oraciones y buenas obras y presentarme continuamente a mi Padre como víctima de amor inmolada y ofrecida por los pecados de todo el mundo. Y debes colocarme como baluarte y fuerte seguro entre su justicia y los pecadores a fin de obtener misericordia, en la cual te sentirás envuelta cuando quiera yo perdonar a alguno de ellos"[6]

Para Margarita, el sufrimiento de Cristo que ha ganado la salvación a los hombres, es central en su espiritualidad. Todo lo que el hombre puede hacer, y es lo que pide Jesús, es responder a esta salvación acogiéndola con amor, es decir, tributando el honor que el Hijo merece por ser Dios y doblemente por habernos salvado, algo que no le era debido al hombre. No es superfluo el comienzo del pasaje “me dijo con mucho amor”. También el carácter de revelación privada que estas palabras tienen hace que haya una distancia insuperable entre lo que Margarita experimenta y entiende y lo que es capaz de expresar. La potencia de las palabras expresa la fuerza con la que ella vive esa experiencia. Se concibe como víctima, igual que Jesús, que es ofrecida al Padre. Es el deseo de ser consuelo para Jesús, como Jesús que es “consuelo” para el Padre. 

En definitiva, para santa Margarita María la idea central es la de reparación, pues el Amor no es amado.

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[1] Cf. N. Martinez-Gayolet alii (dir.), Retorno de amor, 230-238.

[2] M.M de Alacoque, Autobiografía, en Vida y obras completas (Bilbao 1948) 86.

[3] Ibid., 118.

[4] Ibid., 142.

[5] N. Martinez-Gayolet alii (dir.), Retorno de amor, 234-235.

[6] M.M de Alacoque, Autobiografía, 185-186.

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