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Martes, 02 Enero 2018 11:05

3. Títulos relacionados con la obra salvífico-redentora

Escrito por AGG
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Podemos distinguir fundamentalmente tres títulos relacionados con la obra salvadora de Dios apenas descrita: redentor, corredentor, y colaborador. Veamos qué implica cada uno de ellos.

¿A quién puede corresponder el título de "redentor"? ¿Qué rasgos implica este título?

Títulos

“Redentor” es aquel que redime y, por tanto, que perdona y salva. El redentor, para poder perdonar el pecado, debe ser necesariamente Dios, el único que quita el pecado del mundo1. A su vez, para poder redimir al género humano, debía ser de naturaleza humana. La obra de la redención no podía ser un simple acto de Dios desde el cielo diciendo: “Os perdono, quedáis redimidos”. Eso no era suficiente, no bastaba: por eso el Hijo eterno del Padre se encarnó y se hizo hombre.

Asimismo, para vencer al pecado y a la muerte, tenía que asumir sobre sí todo pecado, y pasar por la muerte (morir verdaderamente), y vencer a la muerte resucitando definitivamente. Todo ello sucede en el misterio pascual de Cristo, el único a quien corresponde el título de redentor (cf. 1 Tim 2,5).

Por tanto, el título de redentor no podría corresponder propiamente a María, en primer lugar, porque no es de naturaleza divina y, en segundo lugar, porque no fue ella la que llevó a cabo el misterio pascual.

No obstante, hasta el tiempo de San Bernardo se le dio a María el nombre de “Redentora” en el sentido de "Madre del Redentor", y hasta se le aplicaba el verbo redimir. Fue entonces cuando se pasó de hablar de María como causa causae: “Madre del Redentor”, a hablar de María como Causa causati: “María causa de la redención”. Y justamente es por esto que se buscó un término diferente para señalar esta realidad: corredentora.

 

¿A quién puede corresponder el título de "colaborador de la redención"? ¿Qué rasgos implica este título?

Martires

“Colaborar” en la redención es ayudar activamente de algún modo en que la redención de Cristo llegue a los hombres. Podemos llamar “colaborador” a cualquier cristiano que cumpla con su vocación y, por tanto, colabore con la misión de la Iglesia en hacer presente en el mundo la salvación de Cristo (su misterio pascual). Aunque Cristo es el único Redentor, el Nuevo Testamento deja claro que es posible cooperar con él en la redención (cf. 1 Cor 3,9; Col 1,24). Son colaboradores eminentes los santos, o los sacerdotes al celebrar los sacramentos, o los catequistas y misioneros al anunciar el evangelio, o los enfermos al ofrecer sus padecimientos por la salvación de los pecadores. Pero, sobre todo, los mártires, que configuran su vida perfectamente con el misterio pascual, completando en su carne lo que falta a la pasión de Cristo, como diría San Pablo.

Quizá podrían recibir el título de "colaboradores", de modo genérico, también los ángeles.

 

¿A quién puede corresponder el título de corredentor? ¿Qué rasgos implica este título?

“Corredimir” no es “redimir con”, como si fuese “redimir junto al redentor”, pues el único que redime es Cristo. Esa interpretación de corredentor sería inaceptable para la fe y nadie podría ostentar semejante título con ese significado.

“Corredimir”, sin embargo, se refiere a un modo especial de colaborar con el redentor en su acción salvífica. Este título podría corresponder sólo a alguien que haya participado directamente en la redención de Cristo de un modo singular, único, irrepetible y esencial. No se trataría, por tanto, de una acción redentora diferente de la de Cristo.

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El título “corredentor” quiere expresar una colaboración que haya sido directamente necesaria para que se dé la redención; es decir, que sin esa colaboración no habría tenido lugar la salvación. María, en cuanto madre de Dios, con su hágase en mí según tu palabra, posibilitó la encarnación (cf. Lc 1,38). Es, por tanto, un acto directo y necesario para el plan salvífico: sin María Dios no habría podido hacerse hombre ni morir por nosotros, pues toda la carne y sangre humana del redentor proceden de María. La humanidad de Cristo, ofrecida como expiación en la cruz, procede enteramente de María (a diferencia de la humanidad de los demás seres humanos, que procede de dos seres humanos, el padre y la madre)2.

Asimismo, puesto que la redención es la victoria sobre el pecado, consideramos que solo puede ser corredentor alguien que no haya sido tocado nunca por el pecado, ni por el original, ni por pecado personal, y que, además, haya vivido siempre en plenitud de gracia divina. María, en cuanto inmaculada, concebida sin pecado original, y llena de gracia (cf. Lc 1,28: kecharitomenê), está en condiciones de ser corredentora por su ausencia de pecado.

Igualmente, puede ser corredentor sólo quien haya tenido una vinculación esencial con el ministerio de Cristo y su misterio pascual:

  • En las bodas de Caná (cf. Jn 4), María obtiene de su hijo el primer milagro de su ministerio para los hombres. Se manifiesta aquí otra condición para ser corredentor: el deseo de traer redención y salvación a los hombres, expresado en la preocupación de María por los novios.
  • En la última cena, como en la cruz, el cuerpo que se ofrece por nosotros y la sangre que se derrama por la salvación de los pecados proceden de la humanidad de María, aquella que ha gestado el cuerpo de Cristo, alimento de vida eterna, y el propiciatorio de nuestros pecados (cf. Rm 3,25).
  • En la pasión, crucifixión y muerte de Jesús, María no solo está acompañándole físicamente como testigo privilegiado de ese acontecimiento (cf. Jn 19,25), sino que además vive esa pasión y muerte internamente por la vinculación esencial con su hijo, más que nadie de los presentes. Su propia y verdadera pasión, intrínsecamente unida a la de Cristo, se la anunció Simeón en el Templo: “a ti misma una espada te traspasará el alma” (Lc 2,35), haciéndola a los pies de la cruz víctima viva y real unida al único sacrificio redentor de su Hijo. El sufrimiento de la pasión es redentor: “Dios, para quien, y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación” (Heb 2,10); y María está esencialmente vinculada a ese sufrimiento, al que seguramente aluden los tormentos y dolores de parto de Ap 12,23.2b0b0c0201c8e47228a27af41a996676
  • María experimenta la resurrección de Cristo no sólo por tener noticia de ella, y creer en ella, y participar de ella sacramentalmente por la pertenencia a la Iglesia, como los demás discípulos. Su participación en la resurrección pascual es total y plena al final de su vida terrena al subir al cielo. De hecho, es la única que ya vive gloriosa en cuerpo y alma con Cristo (cf. dogma de la Asunción). 
  • Por último, también está unida al misterio de Pentecostés (aunque ya estaba llena del Espíritu Santo, cf. Lc 1,28), pues suplicaba con la Iglesia naciente la venida del divino Paráclito (cf. Hch 1,14; 2,1).

Por tanto, María está esencialmente vinculada al misterio pascual, el acontecimiento salvífico-redentor de la humanidad, donde Cristo nos redime por la ofrenda que hace de sí mismo4. A esto hay que añadir que María colabora en hacer perfecta la ofrenda de Jesucristo, en dos sentidos: 

  1. Para que algo sea perfectamente ofrecido, deben ofrecerlo todos aquellos que tienen algún derecho (por así decirlo) sobre el don que se ofrece. Así, por ejemplo, en el sacrificio de Isaac, la ofrenda es plena por parte de Abraham, su padre, que lo ofrece de corazón a Dios (cf. Gn 22). Si, como dice el targum, Isaac también se ofrece a sí mismo para que el sacrificio sea perfecto, la ofrenda es más plena. Y sería perfecta si su madre Sara (dato que desconocemos) también aceptó la ofrenda. Pues bien, el sacrificio de Cristo es plenamente perfecto porque tanto Él, como su Padre Dios, como su madre María, lo ofrecen al mundo sin oponerse a su entrega. Más bien, se unen a ella. De no haberlo ofrecido también María, Jesús sería un don arrebatado a su madre, más que un don plenamente entregado.
  2. María también hace perfecta la ofrenda salvífica de Cristo porque la acoge plenamente, haciéndola efectiva. Según la propia dinámica del don, para que éste se lleve a cabo es necesario que haya un donante, un don, y alguien que acoja el don. María es precisamente la primera que acoge el don de Cristo en su seno (cf. la anunciación) y la primera receptora del sacrificio de Jesús, de la redención de su Hijo. En nombre de la humanidad acoge también el don de la salvación que es Cristo al pie de la cruz. Sin esta acogida, el don, y por tanto la redención, quedaría frustrado5. Ella recoge con corazón puro la salvación que brota del costado abierto para que dicha salvación no se pierda. 

Por último, pensamos que correspondería el título de “corredentor” solo a alguien que haya vivido toda su vida, al igual que el redentor, como una ofrenda agradable a Dios, como una víctima viva. Es, entre otras cosas, lo que expresa la perpetua virginidad de María: ha sido siempre de Dios, siempre consagrada a Él, viviendo en cuerpo y alma como posesión suya y de nadie más; como su Hijo, el Redentor. Ella es la esclava del Señor (Lc 1,38)6.

En conclusión: a María puede corresponder perfectamente el título de “corredentora”, pues en ella se dan todas las exigencias que consideramos podría reclamar dicho título. Nótese, además, la estrecha relación de este título con los cuatro dogmas marianos: madre de Dios (theotokos), siempre virgen, inmaculada, y asunta al cielo en cuerpo y alma. 

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Recuérdese la reacción escandalizada de los judíos cuando Jesús perdona los pecados al paralítico: ¿quién se cree éste?, ¿quién puede perdonar pecados fuera de Dios? (cf. Lc 5,21).
También han sido necesarios, para que se diese la encarnación, los padres de María, y todos sus antepasados… pero son indirectamente necesarios. Directamente lo es solo María, que conscientemente dice sí a la encarnación del Verbo.
Cf. Juan Pablo II, Salvifici doloris 25: “los numerosos e intensos sufrimientos [de María] se acumularon en una tal conexión que […] fueron también una contribución a la redención de todos. […] fue en el Calvario donde el sufrimiento de María santísima, junto al de Jesús, alcanzó un vértice ya difícilmente imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano, pero ciertamente misterioso y sobrenaturalmente fecundo para los fines de la salvación universal. Su subida al Calvario, su ‘estar’ a los pies de la cruz junto con el discípulo amado, fueron una participación del todo especial en la muerte redentora del Hijo”.
Como señala el Concilio Vaticano II, la Virgen María está “unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo” (Sacrosanctum Concilium 103).
Ciertamente muchos otros han acogido el don de Cristo, pero María fue la primera y la que más perfectamente lo recibió.
“Se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. Como dice San Ireneo, ‘obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano’” (Lumen Gentium 56).

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