Martes, 02 Enero 2018 11:05

3. Títulos relacionados con la obra salvífico-redentora

Escrito por AGG
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Podemos distinguir fundamentalmente tres títulos relacionados con la obra salvadora de Dios apenas descrita: redentor, corredentor, y colaborador. Veamos qué implica cada uno de ellos.

¿A quién puede corresponder el título de "redentor"? ¿Qué rasgos implica este título?

Títulos

“Redentor” es aquel que redime y, por tanto, que perdona y salva. El redentor, para poder perdonar el pecado, debe ser necesariamente Dios, el único que quita el pecado del mundo1. A su vez, para poder redimir al género humano, debía ser de naturaleza humana. La obra de la redención no podía ser un simple acto de Dios desde el cielo diciendo: “Os perdono, quedáis redimidos”. Eso no era suficiente, no bastaba: por eso el Hijo eterno del Padre se encarnó y se hizo hombre.

Asimismo, para vencer al pecado y a la muerte, tenía que asumir sobre sí todo pecado, y pasar por la muerte (morir verdaderamente), y vencer a la muerte resucitando definitivamente. Todo ello sucede en el misterio pascual de Cristo, el único a quien corresponde el título de redentor (cf. 1 Tim 2,5).

Por tanto, el título de redentor no podría corresponder propiamente a María, en primer lugar, porque no es de naturaleza divina y, en segundo lugar, porque no fue ella la que llevó a cabo el misterio pascual.

No obstante, hasta el tiempo de San Bernardo se le dio a María el nombre de “Redentora” en el sentido de "Madre del Redentor", y hasta se le aplicaba el verbo redimir. Fue entonces cuando se pasó de hablar de María como causa causae: “Madre del Redentor”, a hablar de María como Causa causati: “María causa de la redención”. Y justamente es por esto que se buscó un término diferente para señalar esta realidad: corredentora.

 

¿A quién puede corresponder el título de "colaborador de la redención"? ¿Qué rasgos implica este título?

Martires

“Colaborar” en la redención es ayudar activamente de algún modo en que la redención de Cristo llegue a los hombres. Podemos llamar “colaborador” a cualquier cristiano que cumpla con su vocación y, por tanto, colabore con la misión de la Iglesia en hacer presente en el mundo la salvación de Cristo (su misterio pascual). Aunque Cristo es el único Redentor, el Nuevo Testamento deja claro que es posible cooperar con él en la redención (cf. 1 Cor 3,9; Col 1,24). Son colaboradores eminentes los santos, o los sacerdotes al celebrar los sacramentos, o los catequistas y misioneros al anunciar el evangelio, o los enfermos al ofrecer sus padecimientos por la salvación de los pecadores. Pero, sobre todo, los mártires, que configuran su vida perfectamente con el misterio pascual, completando en su carne lo que falta a la pasión de Cristo, como diría San Pablo.

Quizá podrían recibir el título de "colaboradores", de modo genérico, también los ángeles.

 

¿A quién puede corresponder el título de corredentor? ¿Qué rasgos implica este título?

“Corredimir” no es “redimir con”, como si fuese “redimir junto al redentor”, pues el único que redime es Cristo. Esa interpretación de corredentor sería inaceptable para la fe y nadie podría ostentar semejante título con ese significado.

“Corredimir”, sin embargo, se refiere a un modo especial de colaborar con el redentor en su acción salvífica. Este título podría corresponder sólo a alguien que haya participado directamente en la redención de Cristo de un modo singular, único, irrepetible y esencial. No se trataría, por tanto, de una acción redentora diferente de la de Cristo.

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El título “corredentor” quiere expresar una colaboración que haya sido directamente necesaria para que se dé la redención; es decir, que sin esa colaboración no habría tenido lugar la salvación. María, en cuanto madre de Dios, con su hágase en mí según tu palabra, posibilitó la encarnación (cf. Lc 1,38). Es, por tanto, un acto directo y necesario para el plan salvífico: sin María Dios no habría podido hacerse hombre ni morir por nosotros, pues toda la carne y sangre humana del redentor proceden de María. La humanidad de Cristo, ofrecida como expiación en la cruz, procede enteramente de María (a diferencia de la humanidad de los demás seres humanos, que procede de dos seres humanos, el padre y la madre)2.

Asimismo, puesto que la redención es la victoria sobre el pecado, consideramos que solo puede ser corredentor alguien que no haya sido tocado nunca por el pecado, ni por el original, ni por pecado personal, y que, además, haya vivido siempre en plenitud de gracia divina. María, en cuanto inmaculada, concebida sin pecado original, y llena de gracia (cf. Lc 1,28: kecharitomenê), está en condiciones de ser corredentora por su ausencia de pecado.

Igualmente, puede ser corredentor sólo quien haya tenido una vinculación esencial con el ministerio de Cristo y su misterio pascual:

  • En las bodas de Caná (cf. Jn 4), María obtiene de su hijo el primer milagro de su ministerio para los hombres. Se manifiesta aquí otra condición para ser corredentor: el deseo de traer redención y salvación a los hombres, expresado en la preocupación de María por los novios.
  • En la última cena, como en la cruz, el cuerpo que se ofrece por nosotros y la sangre que se derrama por la salvación de los pecados proceden de la humanidad de María, aquella que ha gestado el cuerpo de Cristo, alimento de vida eterna, y el propiciatorio de nuestros pecados (cf. Rm 3,25).
  • En la pasión, crucifixión y muerte de Jesús, María no solo está acompañándole físicamente como testigo privilegiado de ese acontecimiento (cf. Jn 19,25), sino que además vive esa pasión y muerte internamente por la vinculación esencial con su hijo, más que nadie de los presentes. Su propia y verdadera pasión, intrínsecamente unida a la de Cristo, se la anunció Simeón en el Templo: “a ti misma una espada te traspasará el alma” (Lc 2,35), haciéndola a los pies de la cruz víctima viva y real unida al único sacrificio redentor de su Hijo. El sufrimiento de la pasión es redentor: “Dios, para quien, y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación” (Heb 2,10); y María está esencialmente vinculada a ese sufrimiento, al que seguramente aluden los tormentos y dolores de parto de Ap 12,23.2b0b0c0201c8e47228a27af41a996676
  • María experimenta la resurrección de Cristo no sólo por tener noticia de ella, y creer en ella, y participar de ella sacramentalmente por la pertenencia a la Iglesia, como los demás discípulos. Su participación en la resurrección pascual es total y plena al final de su vida terrena al subir al cielo. De hecho, es la única que ya vive gloriosa en cuerpo y alma con Cristo (cf. dogma de la Asunción). 
  • Por último, también está unida al misterio de Pentecostés (aunque ya estaba llena del Espíritu Santo, cf. Lc 1,28), pues suplicaba con la Iglesia naciente la venida del divino Paráclito (cf. Hch 1,14; 2,1).

Por tanto, María está esencialmente vinculada al misterio pascual, el acontecimiento salvífico-redentor de la humanidad, donde Cristo nos redime por la ofrenda que hace de sí mismo4. A esto hay que añadir que María colabora en hacer perfecta la ofrenda de Jesucristo, en dos sentidos: 

  1. Para que algo sea perfectamente ofrecido, deben ofrecerlo todos aquellos que tienen algún derecho (por así decirlo) sobre el don que se ofrece. Así, por ejemplo, en el sacrificio de Isaac, la ofrenda es plena por parte de Abraham, su padre, que lo ofrece de corazón a Dios (cf. Gn 22). Si, como dice el targum, Isaac también se ofrece a sí mismo para que el sacrificio sea perfecto, la ofrenda es más plena. Y sería perfecta si su madre Sara (dato que desconocemos) también aceptó la ofrenda. Pues bien, el sacrificio de Cristo es plenamente perfecto porque tanto Él, como su Padre Dios, como su madre María, lo ofrecen al mundo sin oponerse a su entrega. Más bien, se unen a ella. De no haberlo ofrecido también María, Jesús sería un don arrebatado a su madre, más que un don plenamente entregado.
  2. María también hace perfecta la ofrenda salvífica de Cristo porque la acoge plenamente, haciéndola efectiva. Según la propia dinámica del don, para que éste se lleve a cabo es necesario que haya un donante, un don, y alguien que acoja el don. María es precisamente la primera que acoge el don de Cristo en su seno (cf. la anunciación) y la primera receptora del sacrificio de Jesús, de la redención de su Hijo. En nombre de la humanidad acoge también el don de la salvación que es Cristo al pie de la cruz. Sin esta acogida, el don, y por tanto la redención, quedaría frustrado5. Ella recoge con corazón puro la salvación que brota del costado abierto para que dicha salvación no se pierda. 

Por último, pensamos que correspondería el título de “corredentor” solo a alguien que haya vivido toda su vida, al igual que el redentor, como una ofrenda agradable a Dios, como una víctima viva. Es, entre otras cosas, lo que expresa la perpetua virginidad de María: ha sido siempre de Dios, siempre consagrada a Él, viviendo en cuerpo y alma como posesión suya y de nadie más; como su Hijo, el Redentor. Ella es la esclava del Señor (Lc 1,38)6.

En conclusión: a María puede corresponder perfectamente el título de “corredentora”, pues en ella se dan todas las exigencias que consideramos podría reclamar dicho título. Nótese, además, la estrecha relación de este título con los cuatro dogmas marianos: madre de Dios (theotokos), siempre virgen, inmaculada, y asunta al cielo en cuerpo y alma. 

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Recuérdese la reacción escandalizada de los judíos cuando Jesús perdona los pecados al paralítico: ¿quién se cree éste?, ¿quién puede perdonar pecados fuera de Dios? (cf. Lc 5,21).
También han sido necesarios, para que se diese la encarnación, los padres de María, y todos sus antepasados… pero son indirectamente necesarios. Directamente lo es solo María, que conscientemente dice sí a la encarnación del Verbo.
Cf. Juan Pablo II, Salvifici doloris 25: “los numerosos e intensos sufrimientos [de María] se acumularon en una tal conexión que […] fueron también una contribución a la redención de todos. […] fue en el Calvario donde el sufrimiento de María santísima, junto al de Jesús, alcanzó un vértice ya difícilmente imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano, pero ciertamente misterioso y sobrenaturalmente fecundo para los fines de la salvación universal. Su subida al Calvario, su ‘estar’ a los pies de la cruz junto con el discípulo amado, fueron una participación del todo especial en la muerte redentora del Hijo”.
Como señala el Concilio Vaticano II, la Virgen María está “unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo” (Sacrosanctum Concilium 103).
Ciertamente muchos otros han acogido el don de Cristo, pero María fue la primera y la que más perfectamente lo recibió.
“Se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. Como dice San Ireneo, ‘obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano’” (Lumen Gentium 56).

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Comentarios   

Y, SIN EMBARGO, SÍ ES CORREDENTORA* (I)
¿Por qué prodigó Dios a la Santísima Virgen más gracias que a San Pedro, que había de ser el fundamento de su Iglesia, o que a San Pablo, que tanto había de trabajar y tantas naciones había de conquistar a la fe de Jesucristo? No basta con decir simplemente que la Santísima Virgen debía ser su Madre, como si en esto consistiera todo el mérito de Nuestra Señora y a eso se limitasen las miras de Dios. ¿Por qué, entonces, otorgó Dios a la Santísima Virgen muchas más gracias que a San Pedro y a San Pablo? Porque debía ejercer una función mucho más capital que la suya, la de Segunda Eva, Corredentora, Salvadora, Capitana, Madre de la humanidad.

Con el oficio de Segunda Eva por axioma primario mariológico, la exención de la mancha original, la plenitud de gracia, su integridad y demás privilegios aparecen dirigidos a hacer de María una Madre santísima. ¿Con qué fin? Con el de que esta Madre, con su misma Maternidad santa, concurra a la humana Redención. Las prerrogativas todas adquieren así una finalidad operativa. No son ya galas enderezadas a adornar una estatua que nada pueda o tenga que obrar, efigie de escaparate, sino energías y fuerzas que necesitará actuar en la prodigiosa empresa que se le ha confiado.

La Maternidad aceptada con intenciones soteriológicas, como las que el Evangelio nos manifiesta en María, es una cooperación física formal innegable a la obra de la Redención, tan decisiva para nuestra salvación que hace innecesaria ninguna otra obra de cooperación per modum mériti para la concesión del título de Corredentora. No parece difícil concebir que Dios, decretada la Redención y la Redención antitéticamente paralela a la caída, pensase en una Segunda Eva corredentora y que, habiendo consistido la obra nefasta de la primera Mujer en privarnos del principio universal de la gracia, diese por misión a María la de proveernos de un nuevo principio, por medio de su Maternidad consciente y voluntaria.

Insistamos un poco más para mayor comprensión. La misión primaria de María fue la de intervenir en la obra de nuestra reparación como había intervenido Eva en nuestra universal ruina. Dice San Anselmo con brevedad y precisión: "En aras a la salvación, tú eres hijo, y tú, madre." Como el fin inspira y especifica los medios, la idea de la Corredención inspiró en la mente divina la de la divina Maternidad; en otras palabras, la idea de que, así como Eva había privado al género humano del que era principio de gracia universal, proporcionase María a la humanidad pecadora un nuevo principio de gracia: Cristo Redentor, el Segundo Adán.

Si el primer eslabón de la cadena de verdades mariológicas es la Corredención, el segundo es la Maternidad divina corredentora. A su vez, este segundo eslabón creó e inspiró en la mente divina todos aquellos oficios y privilegios que tienen por fin, centro y raíz a la divina Maternidad corredentiva. Decimos Maternidad corredentiva, no Maternidad a secas o en abstracto. La intención especifica y avalora las acciones. Dar vida al Salvador de un modo ciego y puramente fisiológico es algo enteramente distinto de dársela de un modo consciente, voluntario y con deseos de cooperar por su medio a la humana Redención, como la dio María. El que colocase todo el valor moral de la limosna en la acción material de dar, sin mirar a la pureza de intención con que se hace, incurriría en un error crasísimo. La dádiva que no va inspirada por la caridad no es limosna. La maternidad que no va inspirada por el deseo de cooperar a la humana Redención, no es Maternidad corredentiva, sino obra fisiológica y material.

Queda clara, pues, la Maternidad Divina Corredentora de María, su condición de Corredentora, o, si se prefiere, aunque los juegos de palabras me parecen más propios de vodeviles que de proclamaciones dogmáticas, Corredentora con el Redentor. Ahora bien, dada las objeciones que el término Corredentora suscita, ¿no habrá un título que, sin necesidad de falsear el glorioso oficio de Corredentora, pueda ser acogido con unánimes aclamaciones? Yo creo que ciertamente lo hay: SEGUNDA EVA.

(Sigue a continuación)
Y, SIN EMBARGO, SÍ ES CORREDENTORA* (II)
Continuación del artículo anterior)

Tiene la virtud de evitar equívocos y además resulta muy descriptivo y aleccionador. El mundo se había perdido por causa del primer hombre Adán y éste por culpa de la primera mujer (capítulo II del Génesis). Para repararlo, mandó Dios a la tierra a un segundo Adán y una segunda Eva. El segundo Adán es Cristo; la segunda Eva, la Santísima Virgen. ¿Cómo debía reparar el mundo Jesucristo? Resarciendo los males causados por Adán, o sea, satisfaciendo con el sacrificio de la cruz por el pecado del primer hombre y por los que de él fueron consecuencia y mereciéndonos al mismo tiempo la gracia de que fuimos privados por culpa de Adán. ¿Cómo debía reparar el mundo la Santísima Virgen? Resarciendo los males causados por la primera mujer. Eva había privado al mundo del hombre que podía transmitirnos la gracia, María debía procurarle un hombre que pudiese conferirnos la misma gracia.

Por todo ello, yo creo que el título de la proclamación dogmática debiera ser así —nótese el añadido explicativo—: SEGUNDA EVA O CORREDENTORA DEL GÉNERO HUMANO.



* ----------- Para la confección de estos artículos me he inspirado en gran medida, copiando literalmente párrafos enteros, en la introducción y lecciones primera y segunda de "Reina y Madre. Explicación del Catecismo de la Santísima Virgen" (Edelvives, 1943), cuya lectura atenta aconsejo fervientemente. También me ha sido de considerable provecho la lectura del capítulo 7 de "La Virgen María. Teología y espiritualidad marianas" (Royo Marín, A. BAC, Madrid 1996), disponible en el fondo bibliográfico de este foro.

Aprovecho para confesar mi ignorancia, la cual palío en gran medida haciendo mía la sabiduría ajena, siguiendo el saludable principio —a mí así me lo parece— de que lo que Dios da a uno para provecho de todos a todos pertenece. Atribúyanse, pues, los aciertos a esos hombres sabios y santos y, como primera causa, a la Gran Señora a quien sirvo; los errores y disparates, a la ignorancia y atrevimiento de este pobre e indigno siervo.
CORREDENTORA, UN TÍTULO CON DEMASIADA LETRA PEQUEÑA*
Va tanto de la Corredención de María a la Redención total y única de Cristo que cualquier parecido casi se podría decir que es pura coincidencia, como parece poner de manifiesto la lectura sosegada de cualquier manual de Mariología al uso. Y digo sosegada por estar libre del sentimentalismo y el emocionalismo con que predominantemente se juzgan las cosas hoy. Sin este sosiego fácilmente puede uno sucumbir al deseo piadoso de encumbrar a María a alturas que ni siquiera ella alcanza, falseando inconscientemente los datos de la Revelación o inventándoselos donde no los hay. De hecho, mis narices de lego —con el atrevimiento de la ignoracia pero sin prejuicios— han percibido un cierto tufillo teológico al recorrer no pocas páginas en favor de la Corredención. Pareciera que, con tal de no equiparar la Corredención de María a la Redención, todo valiera: sea, por ejemplo, obviar clamorosos silencios de la Escritura, sea sacar a troche y moche conejos de la chistera del piadoso entusiasmo. Nótese que al decir "Redención" no he considerado necesario añadir "de Cristo", pues no hay otra propiamente hablando.

Coincidiendo con un autor cuyo nombre desconozco, más instruido que yo como todos, tengo la impresión —¿infundada?— de que en cierto modo se han hecho trampas al investigar lo que la Santísima Virgen ha hecho y hace en orden a nuestra salvación, aplicando uno por uno de forma automática a María cada uno de los aspectos que se tratan en la Soteriología cristológica —la rama de la Teología que estudia la obra de Cristo como Redentor—. Y, como es sabido, el éxito de cualquier obra depende en buena medida del acierto en el método. En cualquier caso, sea el método erróneo o acertado, el resultado es que a María se le puede dar efectiva y justamente el título de Corredentora únicamente si dicho término no se entiende como "el que redime con otro u otros".

Visto así —oídas las salvedades hechas a la investigación teológico-mariana sobre este asunto—, pareciera que, como por arte de birlibirloque, se hubieran desvanecido en el aire todos los obstáculos de carácter terminológico que vengo arguyendo de un tiempo a esta parte, a saber: que si hay un único Redentor no puede haber corredentores. Siendo la Corredención, empero, tan distinta de la Redención, como queda demostrado por la Soteriología mariana —advierto, no sin cierto pavor, pretensiones de erudición, de las que queda el lector prevenido—, el axioma de la discordia ha perdido toda su fuerza y, por tanto, no sería descabellado hablar de una Corredentora.

Y, sin embargo, esta es una de esas palabras que por más que las retuerzas prefieren ellas ir al martirio antes que apostatar. Créame el lector cuando le aseguro que ni sometiéndola a un tercer grado severísimo dejó ella ni un momento de clamar a voz en grito: "¡Redentor juntamente con otro u otros! ¡Redentor juntamente con otro u otros!"

No queda, pues, más remedio que buscar otra solución. Anteriormente yo había propuesto que se reemplazara la palabra de la discordia —por equívoca— por la frase que explica su sentido teológico, pero, curiosamente, esta opción tampoco es del agrado de los defensores de la promulgación del dogma, supongo que por motivos estéticos o de márketing pastoral. No puedo, sin embargo, dejar de preguntarme si, con tal rechazo, no se estarán haciendo cómplices involuntarios de una operación de confusión con fines poco rectos, del estilo de la que ha conseguido que se denomine también matrimonio a lo que no lo es. Tanta insistencia en el uso de un término concreto levanta ciertamente sospechas. La palabras —los hijos de este mundo lo saben muy bien— no sólo valen para describir la realidad sino también para modelarla a capricho e incluso para falsificarla.

Dándole vueltas al asunto, se me ha ocurrido una fórmula desfacedora de entuertos que bien podría hacer compatible lo que se me antojaba hasta ahora incompatible. Hela aquí para escrutinio del lector interesado: "CORREDENTORA CON EL REDENTOR".
¡Vocablo inapropiado!
¿A QUIÉN LE PUEDE CORRESPONDER EL TÍTULO DE CORREDENTOR?

En sentido estricto, a nadie; ni siquiera a la Santísima Virgen.

La razón es obvia: la existencia de un único redentor, Jesucristo, verdad de fe indiscutible, excluye la existencia de corredentores. No excluye, sin embargo, a priori, la existencia de colaboradores en grados diversos, el más eminente de los cuales ocupa, sin duda a distancia inconmensurable de los mismísimos ángeles y bienaventurados del Cielo, la Virgen Santísima.

Aún así, por muy subida y excelsa que sea la cooperación de María, solamente tras profusas aclaraciones, ¡y únicamente de manera impropia!, se la podría llamar corredentora. Debería bastar, pues, la necesidad de tan grosera tergiversación del significado de este vocablo, el cual simple y llanamente significa "redentor juntamente con otro u otros" (RAE), para rechazar de plano su uso en una declaración dogmática.
Bodas de Caná
A propósito de las bodas de Caná, María, en tan solo tres palabras, “No tienen vino” nos deja como enseñanza un maravilloso ejemplo de fe, de esperanza y de caridad:. FE: María no convierte el agua en vino porque no puede hacerlo; pero sí sabe que, más allá de los límites de la situación, su Hijo hará el resto. ESPERANZA: María espera, porque sabe que su Hijo algo hará, aunque no sepa qué, y así se lo transmite a los criados: “haced lo que Él os diga”; fiaros de Él; no le tengáis miedo; le conozco; soy su madre y os digo: ¡Fiaros de Él! Y caridad, porque todo el amor que le profesa a su Hijo, se revela, se vierte en los demás: está pendiente de los novios mientras que el resto se dedica a banquetear y a regalarse la fiesta. María, como la más grande de las vírgenes prudentes de la parábola, tiene preparada la lámpara y tiene listo el aceite, por lo que su luz brilla cuando es necesario.
Re: Eucaristía
Respecto a lo que preguntas de la Eucaristía, desde luego que ésta tiene una vinculación esencial con María. La Eucaristía es el Cuerpo glorioso y resucitado de Nuestro Señor Jesucristo, es por tanto el cuerpo engendrado en el seno de María y transfigurado por el poder de la resurrección. No es el cuerpo de María, pero sí el cuerpo del hijo de María.
Re: Colaboradora necesaria
Gracias por escribir Jorge. Respecto a tu pregunta primera, la respuesta creo que depende de cómo definamos "corredimir"... si lo definimos de tal modo que implique "redimir", entonces no es lícito aplicarle "Corredentora" a la Virgen. Si lo definimos como colaborar de un modo que Dios ha querido que sea necesario para la Redención, que es como lo ha entendido la tradición eclesial que lo ha usado, entonces sí podemos llamarla "Corredentora". Ahora bien, lo que planteas en muy interesante: ¿es causa suficiente esa "necesidad" para justificar el título? El debate está abierto... seguramente debe haber más elementos, como quizá la participación directa en los sufrimientos redentores de Cristo crucificado.
Colaboradora necesaria
Me gustaría profundizar mas en estos aspectos.

Se puede decir que la “colaboración necesaria” de María (aun siendo Inmaculada, sin pecado y llena de Gracia) es causa suficiente para ser llamada corredentora? Siendo que la Redención es un acto propio de la Persona Divina, atributo solo de Cristo y no de la Virgen

Y otra duda en cuanto decís que: “…toda la carne y sangre humana del redentor procede de María. Y La humanidad de Cristo, ofrecida como expiación en la cruz, procede enteramente de María”. ¿Se puede decir entonces que en la Eucaristía está también María ya que esta es el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo?

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