Tómese como botón de muestra la oración del Avemaría: es, sin duda, la oración más veces elevada al cielo por parte de los fieles. Piénsese sólo en los miles de rosarios rezados en el mundo, con decenas innumerables de Avemarías. La Virgen intercede por nosotros ante el Padre constantemente. María es nuestra abogada, aunque solo fuese por esta oración del Avemaría: “ruega por nosotros pecadores”. Ella es la gran intercesora del mundo.
Ahora bien, dogmáticamente hablando, ¿por qué proclamar esta verdad a través de un dogma es conveniente y salvífico? Porque cuando Jesús dio su misión a Pedro, le dijo: “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19). Estas palabras no se refieren solo al poder de perdonar los pecados, sino también de desatar el poder salvador encerrado en una verdad dogmática. Así, cuando la Iglesia proclama un dogma está descorriendo el velo de una verdad, descubriéndola y haciéndola patente al mundo. Al manifestar dicha verdad está desatando una fuerza salvífica, permitiéndola entrar en el mundo. Cuando la Iglesia dice “María es así”, pone luz en un aspecto, pone verdad, permite que esa verdad sea recibida, y se desencadene el dinamismo de la gracia.
Por tanto, si la verdad de María corredentora es proclamada como dogma, se hace partícipe de los beneficios de esa corredención a todos los cristianos. La verdad es salvífica en sí misma. Afirmar que María corredime potencia esa acción de María, por el valor performativo de la palabra dogmática de la Iglesia, que no solo informa a los fieles de cómo es la realidad, sino que también actúa eficazmente en la salvación del mundo al acoger dicha verdad, al hacerla suya y al proclamarla como dogma.
Comentarios
Mi posición es contraria en este momento, si bien la firmeza depende en gran medida de la redacción final de la propuesta, siendo mi posición tanto más favorable cuanto más claro se deje que, pese a su grandeza inconmensurable por su íntima unión con la Trinidad Santísima y por la ayuda que en cierto modo le prestó a Jesús para salvar al mundo, María no tiene participación ninguna en su divinidad. Tampoco comparto la impaciencia que percibo en amplios sectores con los tiempos de Dios, puesta de manifiesto en su rechazo a prolongar más la acción catequética secular y en su preferencia por atajos sin duda bienintencionados pero a todas luces contraproducentes si todos hemos de ser uno para que el mundo crea que es el Padre —Dios mismo— quien ha enviado a Nuestro Señor Jesucristo (Jn 17,21). Estoy hablando, naturalmente, de ecumenismo.
No podemos dejar que el hastío se torne en nuestro principal consejero, usurpando el puesto que solamente corresponde al amor; no como lo entiende el espíritu del mundo sino ese amor que con tanto acierto describe Pablo en su Carta a los Corintios. ¿Y quiénes son los corintios sino nosotros? Hemos de desterrar la irritación y la impaciencia cuando disputamos de estas cosas con nuestros hermanos separados, perseverando incansablemente en la búsqueda de la unidad en la verdad. Decimos querer honrar a María con la promulgación de este dogma; empecemos, pues, por honrarla haciendo —como buenos hijos— lo que nos manda: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5). He aquí lo que yo creo que a este respecto nos dice: "Id a reconciliaros con vuestros hermanos" (Mi 5, 24).
La promulgación de este quinto dogma —o la reformulación de uno ya existente para explicitar el carácter corredentivo de la Maternidad Divina, lo cual vendría a ser los mismo— debiera tal vez contemplarse más bien como el colofón de un distanciamiento que ha durado ya demasiado tiempo, no como una réplica con que desahogarnos por supuestas afrentas en una discusión familiar enquistada desde sus mismo comienzos.
Tampoco me predisponen favorablemente las supuestas revelaciones de la mismísima Virgen Santa en apoyo de la Corredención, con mensajes y lenguaje impropios de ella, en una más que dudosa aparición en Holanda, de la cual se ha hecho eco indirectamente el principal animador de este foro. Dicha aparición fue desaprobada por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe en 1974 y, pese a declaraciones oficiales posteriores por parte de los obispos del lugar en sentido contrario, la notificación desfavorable de la Sagrada Congregación, jerárquicamente superior a la de los obispos mencionados, no ha sido —hasta donde yo alcanzo a saber— ni revocada ni cambiada en sentido alguno. Dadas las circunstancias, no puedo por menos de sospechar que el obispo se engaña cuando afirma el origen sobrenatural de las apariciones o, peor aun, tal vez no se engaña, siendo las apariciones efectivamente de origen sobrenatural pero en el sentido contrario "porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Cor 11, 14).
Por último —sin pretender, por supuesto, agotar la materia—, se echa en falta madurez por parte de los miembros de la Iglesia peregrina, no digamos ya de los alejados e, incluso, de otros grupos de hombres. Desgraciadamente, somos en muchos casos levadura que ha perdido toda su fuerza, sal que se ha corrompido hasta perder casi todo su sabor. Una declaración dogmática de este calibre no solo no sanaría al enfermo sino que muy probablemente empeoraría su estado. Los síntomas de una nueva herejía, letal y muy contagiosa, a saber: la divinización de María, han hecho ya su aparición, y no activar ——digámoslo así—— el sistema de alerta epidemiológica, estableciendo el consiguiente cordón sanitario, sería una gravísima temeridad, porque el bicho no es en absoluto fácil de detectar tras el camuflaje de piadoso celo mariano.
Otra razón para el aplazamiento ...
(Sigue a continuación)
... hasta que una masa crítica suficiente alcance la madurez necesaria —¿debería decir tal vez santidad?—— es que, por no saber esperar al momento propicio, se quedaría en poco más que salvas lo que sin duda está llamado a tener un impacto global decisivo en la difusión e integración del mensaje cristiano y del Magisterio de la Iglesia en la nueva cultura creada por los medios de comunicación moderna.
Termino para redondear mi argumentación con otra frase de San Juan Pablo II: "El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros, más a la experiencia que a la doctrina, más a la vida y a los hechos que a las teorías" (Carta enc. Redemptoris missio nº 42). No nos engañemos: la mayoría de los hombres, incluso muchos de entre nuestras filas, no saben distinguir entre una teoría y un dogma.
Dada su apabullante majestad y nuestras evidentes limitaciones, en nada desmerecemos a la Madre de Dios por no decir todo lo que es, mucho menos por callar lo que a todas luces no puede ser. Cuando la Iglesia dice "María es así", no le confiere una cualidad o un título que ella no posea, sino que simplemente lo revela. Las solemnes proclamaciones dogmáticas no son de ordinario necesarias, bastando por lo general el magisterio ordinario, al cual también se aplica aquello de que "quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado" (Lc 10, 16).
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