San Juan Eudes pone el acento de su espiritualidad en la unión profunda con Cristo recibida en el bautismo. Insiste en la idea de sacrificio para morir al pecado. Sus escritos revelan como concepto clave la noción de reparación de Cristo al Padre, repara en Dios la ofensa que el pecado del hombre provoca.
En él, el deseo de morir y de padecer responde a una espiritualidad marcada por la idea de satisfacción en el sentido anselmiano[3] e introduce también, en la disponibilidad a la voluntad de Jesús, una referencia al “capricho” de éste como acentuando así la radicalidad de su amor reflejado en la obediencia:
"Yo me ofrezco y me doy, me dedico y me consagro a vos, oh Jesús mi Señor, en el estado de Hostia y de víctima, para sufrir en mi cuerpo y en mi alma, según vuestro capricho y mediando vuestra santa gracia, toda clase de penas y de tormentos, e incluso para derramar mi sangre y sacrificaros mi vida por la clase de muerte que os plazca; y esto, por vuestra sola gloria y por vuestro puro amor"[4]
Aparece marcadamente una concepción de la reparación en clave de satisfacción, donde se ve, como se ha indicado arriba, una influencia de la doctrina de la satisfacción de san Anselmo. Se percibe en este fragmento el ardor propio y la desproporción, la hipérbole, de la mística medieval a modo de exageraciones.
Se puede destacar de este fragmento la vinculación entre la Hostia, víctima y sufrimiento tanto corporal como espiritual, con la intención de que sea para “vuestra sola gloria y por vuestro puro amor”, es decir, la comprensión de que el sufrimiento del hombre, en clave de reparación, da gloria a Dios.
Dentro de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, para Eudes la noción de corazón significa el principio actuante y unificador de las personas divinas, de modo que su devoción tiene una perspectiva trinitaria.
En su opúsculo la devoción al corazón adorable de Jesús hace su desarrollo partiendo del amor del Hijo al Padre, “un Dios que ama a Dios”[5], que ama con un sacrificio que estaría dispuesto a realizar por toda la eternidad, puesto que el amor se manifiesta en el dar la vida.
Se trata, además, y esto es lo que nos interesa, de un amor reparador. Eudes nota la falta de correspondencia por parte de los hombres:
“No hay nada en el mundo que sea tan poco amado como vos, y aun que sea tan despreciado y tan ultrajado por la mayor parte de vuestras criaturas”[6]
Pero Dios halla perfecta satisfacción en el amor infinito del Hijo:
“y en todo lo que hizo y padeció con ese amor infinito, para reparar las injurias que vuestros enemigos se han esforzado y se esfuerzan aún todos los días en haceros, las cuales no han podido ni podrán jamás quitaros la menor chispa de vuestra gloria y felicidad”[7]
Jesús es reparador en relación con Dios, ofendido por las injurias de los hombres, y en él Dios encuentra la perfecta satisfacción. Se destaca el movimiento ascendente del sacrificio de Cristo.
Al hablar de la adoración que Jesús eleva al Padre en la Eucaristía por nosotros, describe ese ascenso de amor mediante un lenguaje de satisfacción en el sentido anselmiano:
"Está allí [en el sacramento] adorando, alabando y glorificando incesantemente a su Padre por nosotros, es decir, para satisfacer la infinita obligación que tenemos de adorarle, alabarle y glorificarle […] Está amando a su Padre por nosotros, es decir, para cumplir nuestros deberes en la obligación infinita que tenemos de amarle. Está ofreciendo sus méritos a la justicia del Padre para pagarle por nosotros lo que le debemos a causa de nuestros pecados"[8]
Aparece aquí que Jesús adora “por nosotros” para “satisfacer” en lugar nuestro “por nosotros” la obligación que nosotros debemos “a causa de nuestros pecados”.
Evoca luego el contraste entre el amor de Jesús en el momento de la institución de la eucaristía y la malicia y crueldad de los hombres que preparaban la pasión. La actualización de la Pasión queda vinculada a la eucaristía --aunque en toda la amplitud del pecado, no sólo en el sacrilegio--, y el “amor-reparación” se sitúa en relación a estas injurias:
"Y lo que pasaba entonces, pasa todavía ahora. Porque vuestro amabilísimo corazón está en este sacramento totalmente abrasado de amor y no cesa de obrar en él mil y mil efectos de bondad hacia nosotros. Mas ¿qué os devolveremos nosotros, Señor?, sólo ingratitudes y ofensas de mil maneras, de pensamiento, palabra y obra, traspasando vuestros mandamientos y los de vuestra Iglesia. ¡Oh, qué ingratos somos! Nuestro benignísimo Salvador nos ama tanto que hubiera muerto de amor por nosotros mil veces mientras vivió en la tierra, si no hubiese conservado su vida milagrosamente; y si fuera posible y necesario para nuestra salvación estaría presto a morir cien mil veces por nosotros. Muramos, muramos de dolor a la vista de nuestro pecado; muramos de vergüenza al ver que le tenemos tan poco amor; muramos mil muertes antes que ofenderle en lo sucesivo"[9]
Constantemente confronta el amor de Jesús con la ingratitud de los hombres, y esta dureza de corazón le lleva a exhortar al hombre para despertar la correspondencia a este Amor despreciado. La reparación la entiende Eudes como un retornar el amor en una entrega completa y sin reservas de nuestro corazón a quien nos dio el suyo enteramente y para siempre.
"Después de todo esto, ¿con qué pagaremos a este benignísimo Redentor? Devolvámosle amor por amor y corazón por corazón"[10]
Los términos de la cuestión se plantean entre Dios Padre, el Hijo y los hombres. Solo el Hijo puede ofrecer un sacrificio capaz de “pagarle” al Padre lo que le es debido. Y el hombre, frente al que paga su deuda infinita contraída con culpa, el Hijo, responde con desprecio.
La ofrenda consiste en algo que ya nos ha sido dado previamente: su propio corazón. Y en este corazón están contenidos los de todos los santos, también el de María. Se trata de que la ofrenda sea “agradable” a Cristo, pues la intención es “devolverle el amor”, responder. Está hablando de la respuesta de amor en una relación amorosa con Cristo, lo que más tarde, en el contexto de la espiritualidad, se llamará consolar a Cristo.
Ofrezcámosle su propio corazón; porque ya que él nos le dio, es todo nuestro y no podríamos ofrecerle nada que le sea más agradable. Pues ofreciéndole su corazón le ofrecemos el corazón de su eterno Padre con quien constituye un mismo corazón por unidad de esencia, y le ofrecemos también el corazón de su santísima Madre con la que forma un mismo corazón por la unidad de voluntad y de afecto.[11]
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[1] Cf. N. Martinez-Gayol et alii (dir.), Retorno de amor. Teología, historia y espiritualidad de la reparación (Salamanca 2008) 220-224.
[2] Cf.G. Dumeige, “Los descubrimientos del corazón de Cristo”, en: P. Cervera Barranco (ed.), Enciclopedia temática del corazón de Cristo (Cor Christi 7; Madrid 2017) 107-120.
[3] N. Martinez-Gayol et alii (dir.), Retorno de amor, 221.
[4] Y. Krumenacker, L’ecole française de spiritualité, 296.
[5] J. Eudes, El corazón admirable de la Madre de Dios IV (Coculsa, Madrid 1958) 114.
[6] Ibid, 115.
[7] Ibid, 116.
[8] Ibid,182.
[9] Ibid,187-188.
[10] Ibid, 254
[11] Ibid., 255