Sábado, 06 Abril 2019 18:46

El Corazón de Cristo en los autores medievales

Escrito por Víctor Castaño
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El 11 de diciembre de 2018, el Comisario para el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón, D.Víctor Castaño, pronunció la siguiente conferencia sobre el Corazón de Cristo en los fecundos autores de la Edad Media. Esta charla pertenece al ciclo de charlas preparatorias que se están desarrollando en la parroquia de San Salvador (Leganés), organizadas por su párroco, D. Jaime Pérez-Boccherini Stampa. [HAZ CLICK AQUÍ PARA DESCARGAR EL AUDIO]

 

Habíamos visto lo que es la espiritualidad de Jesús, o mejor dicho, los orígenes de la espiritualidad del Corazón de Jesús tal y como se desarrolló en la antigüedad, y vamos a ir recorriendo un abanico muy largo de siglos, pero muy bonito y muy emocionante es en lo que vamos a ir viendo cómo ya se sientan las últimas bases para que podamos explicar muy pronto en qué consiste la espiritualidad del Corazón de Jesús, tal y como la conocemos en la Iglesia, después de esa gran expansión que tiene con Santa Margarita María de Alacoque. Dejábamos el tema en lo que los Padres decían en torno al corazón de Jesús, pero decíamos que los Padres no habían hablado del “Corazón de Jesús” tal y como lo hacemos hoy; por eso hablábamos más bien de fundamentos o de comienzos de esta espiritualidad, y lo hacíamos sobre todo en torno a todos esos textos de la Escritura que hablan del costado abierto del traspasado.

Podríamos resumir en que todo ese aspecto que tratan los Padres de la Iglesia es el del Corazón de Jesús en el sentido objetivo, es decir, ese amor redentor de Cristo del que nace la Iglesia, del que brotan los sacramentos, los grandes dones del amor de Dios. Es verdad que lo tratan un poco, pero solamente un poco y, por otro lado, en lugares distintos, pues nunca mezclan ambos temas, de la cuestión de la espiritualidad del corazón de Jesús en sentido subjetivo, es decir, mirando ya no tanto la obra de la redención sino al mismo interior de Cristo; y hablan a veces de los sentimientos de Cristo comentando y explicitando ese acento con el que la Escritura también nos los presenta, con esa mansedumbre, bondad y humildad del corazón.

¿Dónde se van a ir uniendo esos dos momentos en la espiritualidad del Corazón de Jesús? Pues se van a ir uniendo poco a poco en un personaje con el que podríamos decir se abre ese estilo nuevo de mirar al corazón de Jesús, y que es un personaje inglés, San Anselmo de Canterbury, que fue además de un gran intelectual, un gran místico. Él tiene un pequeño texto, muy corto, donde dice así: “La abertura del costado de Cristo nos reveló las riquezas de su bondad, es decir, la caridad de su corazón hacia nosotros”. En esta frase aparentemente insignificante se nos está añadiendo un elemento que en los Padres no se daba nunca, que es el amor redentor de Cristo pero aplicado personalmente a cada uno de nosotros que recibimos la Redención, con ese amor personal, con esos sentimientos que son propios del corazón de Cristo, manifestados no a la humanidad en general, sino personalmente a cada uno. Estamos dando un paso muy importante en este recorrido por la historia la espiritualidad.

Igual que en el Corazón de Jesús, que es un aspecto central de la espiritualidad cristiana, tal y como tratamos de venir explicando, ocurre también en el resto de la espiritualidad y en el resto de los aspectos de la espiritualidad cristiana, del cristianismo, el cómo se va produciendo un giro que se va pronunciando cada vez más, al tratar a Jesús como hombre, y se va acentuando, sin negar lo divino, mucho más el tema de la humanidad. Esto podemos verlo en las representaciones de los crucifijos. ¿Qué pasaba con los primeros cristianos? No llevaban crucifijos ni ponían cruces como nosotros lo hacemos. La primera vez que aparece una cruz fue habiendo pasado casi cuatro siglos de cristianismo, y fue en una de las basílicas de Roma: se coloca allí la exposición, en público, la primera imagen de Jesús crucificado. Se van haciendo cada vez más representaciones de la Cruz durante toda la Antigüedad en imágenes de Jesús crucificado. Más adelante, las imágenes del arte románico presentan a un crucificado, muchas veces con corona real, y se le quita la corona de espinas y se le pone una corona real y parece que está como reinando en ese trono, que es la Cruz y que ahí manifiesta su divinidad y, por tanto, en ello se acentúa mucho la majestad, la omnipotencia, el poder absoluto de Cristo. Poco a poco, si vamos viendo luego esa evolución en el gótico, ese Cristo mayestático adquirirá cada vez sentimientos más humanos, hasta que lleguemos al arte renacentista, donde casi se acentúa tanto lo humano que a poco se olvida esa otra dimensión divina de Cristo en sus representaciones en general en el arte cristiano.

Eso responde también a una sensibilidad. Al principio los cristianos, sin negar la humanidad de Cristo, sin embargo se fijaban sobre todo en ese Cristo que es Dios, y fue luego que gradualmente la espiritualidad cristiana va descubriendo también su dimensión humana, y eso tendrá consecuencias también en el trato personal con el Señor. Esto es lo que vamos a ir viendo poco a poco a lo largo de todos estos autores medievales, porque era impensable en la mentalidad de aquella primera época, donde ciertamente no se negaba esto, pero todavía no se había integrado suficientemente la vida espiritual de la gente, en el estilo en el que cada persona trataba con Jesucristo. Si nos damos cuenta, aquellas representaciones de las que hablamos luego sucedían, como decimos, en el arte románico, por ejemplo la del famoso Pantocrátor, es decir, la de ese Cristo que es el Creador de todo lo que existe y en el que se resalta sobre todo esa majestad de Cristo. Cuando se llegue al final de la Edad Media, y muchísimo más en el comienzo del Renacimiento, y cuando lo veamos el próximo día en autores como San Ignacio de Loyola y Santa Teresa de Jesús, veremos cómo estos aspectos de la humanidad van quedando plenamente integrados. Nosotros, durante la Edad Media, vamos ir asistiendo poco a poco y en muchos detalles a ese recorrido de transición, de cambio a lo largo de todos estos siglos de la Edad Media.

Un personaje muy interesante y muy importante a lo largo del Medievo, que recoge muy hermosamente la tradición de los Padres de la Iglesia y que es el fundador de una de las corrientes monásticas más fuertes que se van a desarrollar, es San Bernardo, que va a utilizar muchísimo la palabra “corazón” y va a dirigirse al corazón de Jesús, todavía con aspectos que no son la devoción tal y como la vemos, y sin las connotaciones que tiene a partir de santa Margarita María. ¿Qué es lo que ocurre con San Bernardo? Para responder, podemos indicar de nuevo dos grandes autores patrísticos que resumen cada uno aquellas dos posturas en torno al costado abierto:

  • Uno es Orígenes, que nos habla más del cristiano transformado, de lo que vive por su unión con Cristo, por ir a Cristo.
  • Otro es Hipólito de Roma, donde la interpretación del texto del costado abierto era más cristocéntrica y, por tanto, se fijaba más en general en todo lo que brota del costado de Cristo abierto en la cruz.

El autor que más va a influir, sin duda ninguna en toda la tradición monacal es Orígenes. Orígenes escribe el primer gran comentario al libro del Cantar de los Cantares. Decíamos que los Padres ya habían descubierto, leyendo la Escritura, un aspecto esencial de la espiritualidad cristiana, y en eso luchaban a contracorriente respecto a los hombres de su tiempo. En general, la cultura era platónica y, por tanto, el acento lo ponían en la intelectualidad. Sin embargo, la cultura cristiana va a ir cada vez más poniendo el acento en el afecto. Y el libro que a los místicos, que van descubriendo todo ese mundo, la importancia del mundo afectivo, les va a llamar mucho la atención el libro del Cantar de los Cantares, ese poema de amor donde se habla del amor entre Cristo y la Iglesia, entre Cristo y cada uno de nosotros. Recordamos aquel principio de interpretación que era tan familiar para los santos padres y también para nosotros, que sigue siendo “ecclesia vel anima”, es decir, lo que se dice del colectivo, lo que se dice del pueblo de Dios, se puede también decir de cada uno de nosotros personalmente; por tanto todas esas declaraciones de amor entre el esposo y la esposa del libro del Cantar de los Cantares se pueden aplicar al amor de la Iglesia en general, pero también al amor personal que tiene el Señor por cada uno de nosotros.

Siguiendo esa pauta que abre Orígenes, todos los grandes autores, todos los grandes místicos van a hacer también su comentario al libro del Cantar de los Cantares, y de una manera muy especial lo hará San Bernardo y toda la tradición del Císter: Recordemos aquí que el Císter es una corriente monástica que se inaugura en el monasterio de “Citeaux”, un monasterio francés, que en un momento de carencia San Bernardo reflota. San Bernardo, como era un hombre de gran carácter y con una personalidad muy grande, cuando se fue al monasterio no se marchó solo, arrastró a mucha gente, que entraron con él. No puede ir solo nunca un personaje con una personalidad tan fuerte, tan líder. Esa influencia hace que la obra que habían hecho unos monjes unos años antes, dándole un giro a la espiritualidad monástica que se había extendido por todo Occidente por la influencia de San Benito, refunden luego en la forma de la Orden del Císter.

¿Qué nos enseña San Bernardo del corazón de Jesús? Dice que “el acero ha entrado en su alma [y está hablando evidentemente de la Transfixión, puesto que Cristo es traspasado por el costado abierto], llegó a su corazón [aquí hay un paso: si nos damos cuenta durante la época patrística no se utiliza tanto la palabra corazón, sino que se fijan sobre todo en el costado abierto, sin embargo en la Edad Media, precisamente, por esa importancia creciente de lo afectivo, ya cuando se habla del costado ya se está pensando directamente en el corazón], así que de aquí en adelante se puede llevar nuestra debilidad [significa ese Jesús, que como es humano, comparte nuestras debilidades. Es una manera de mirar a Cristo auténtica, verdadera, pero bastante distinta, porque el acento en la Antigüedad estaba más bien puesto en lo otro], por la herida del cuerpo se descubre el secreto del corazón, por ella aparece ese gran sacramento de su bondad, las entrañas de misericordia de nuestro Dios. ¿Quién puede ver otra cosa en estas heridas? ¿Cómo, Señor, podríamos ver más claramente que por tus heridas? Estás lleno de bondad, y suavidad abundante de misericordia”. Lo que está haciendo aquí San Bernardo es colocar lo afectivo en el centro mismo de la persona.

¿Cómo podríamos ver más claramente que fue la Redención obró por “sus heridas”? De una manera incipiente, los que siguen a Orígenes lo van a desarrollar mucho más, y entienden una cosa y es que el amor abre un horizonte de conocimiento nuevo. Dando un salto grande en el tiempo, cuando se declara doctora a Teresa de Lisieux, el papa San Juan Pablo II escribe una carta que se titula “Divini Amoris Scientia”, “la ciencia del amor divino”, y viene a explicar que desde la comunión, desde la sintonía que obra el amor, se abre una empatía, una sintonía, una unidad entre amante y amado que posibilita una manera nueva de conocerle. Fijaos qué campo tan bonito está abriendo San Bernardo. Nos viene a decir que a Dios se le puede conocer con la inteligencia desde fuera, pero solamente la unión afectiva en el amor que nos permite vivir de corazón a corazón a corazón, o dicho de otra manera, de intimidad abierta a intimidad abierta, nos permite conocer el misterio de Dios en verdad. ¡Ver por sus heridas!: las heridas de Cristo son como esa manifestación eterna de ese amor loco de Dios que dio su vida por nosotros. Esas heridas nos permiten conocer en profundidad ese amor que es tan grande que abraza el sufrimiento en la Cruz y a través de la contemplación de la Cruz, o dicho de otra manera, del amor puesto en ejercicio dando la vida en medio del sufrimiento de la Pasión conocemos ese amor y eso nos permite entrar de verdad en la intimidad divina.

San Bernardo no se está inventando nada, lo único que está haciendo es contemplar en profundidad el evangelio de Juan, cuando contempla al traspasado y dice que “el que vio es el que da testimonio”, y no está hablando simplemente de ver con los ojos, sino de esa visión de fe que se adentra, y esa visión de fe está centrada en la imagen del costado, por tanto implica un conocimiento muy grande, muy importante del amor divino, como consecuencia de experimentar a través de la contemplación de esas heridas del amor divino. Es como una gran tradición que se va abriendo a través de Orígenes y de todos los grandes autores místicos que el monacato va a hacer muy suya, y van a buscar siempre ese comentario, esa explicación del libro del Cantar de los Cantares, y van a vivir mucho centrándose en ese costado abierto que es también como la invitación a esa vida mística de unión, de intimidad de esposo y esposa en el costado abierto de Cristo en la cruz, con esa dimensión también esponsal, pues Cristo es el nuevo Adán. La influencia de esos teólogos se extiende a un monasterio que se situará en París, que era la Abadía el monasterio de San Víctor, y allí va a haber una escuela llamada de “Los Victorinos”, con grandes exponentes como Hugo de San Víctor, Ricardo de San Víctor, el mismo Pedro Lombardo, que también se formó en este monasterio, y luego llegó a ser obispo de París y un autor escolástico de un renombre muy grande en toda la Iglesia.

De esa época y escuela existe un himno precioso, clásico, compuesto ya al corazón de Jesús y junta esa imagen del corazón herido de Jesús en el sentido bíblico profundo, con un corazón también herido por sufrimientos de amor, por lo que pasa del corazón de Jesús también a nuestros corazones. Aquí se une lo objetivo, la herida objetivamente, de la herida subjetiva que es ese sufrimiento de amor, los sufrimientos del amor del corazón de Cristo. En esa misma sintonía aparece una primera mística, Santa Lutgarda de Brabante, que recibe la primera visión de Jesús que le habla de su corazón, donde se habla de un intercambio de corazones. Aunque era una mujer inculta, Santa Lutgarda de Brabante recibió el regalo de comprender los salmos rezados en latín, pues no sabía latín pero al leer los salmos los entendía. Cuando se preguntó cuál era la utilidad de este regalo, nuestro Señor le dice: “Y, ¿después qué quieres?”, y ella le contesta: “Lo que quiero es vuestro corazón”, y nuestro Señor repuso: “Yo quiero más poseer el tuyo”, y se hizo así, en esa visión, un cambio de corazones.

Cuando en este período se habla del corazón humano, normalmente se utiliza en el sentido bíblico más profundo, como aludiendo al interior de la persona, pero poco a poco, la cultura en general y, por tanto la vida espiritual, se fue haciendo cada vez más afectiva, y por eso se va desarrollando cada vez más la devoción a la humanidad de Cristo, y así llegamos también a un momento importante asimismo en la vida de la Iglesia, justo a mitad de la Edad Media, al cambio entre lo que llamamos la baja Edad Media y la alta Edad Media, que es el de la aparición de las ordenes mendicantes; por tanto vamos a hablar ahora de franciscanos y dominicos en su relación, evidentemente, con la espiritualidad del Corazón de Jesús.

Una vez que pasa la primerísima etapa apostólica de la Iglesia, podemos hablar de los tres primeros siglos donde los cristianos eran principalmente evangelizadores, y se trata de la expansión misionera de la Iglesia, que comienza en los mismos Apóstoles y San Pablo y, al mismo tiempo se vivía una espiritualidad muy radical del martirio. La Iglesia se extiende gracias a que muchos hombres desean entregar la vida por el Señor y anuncian el Evangelio en contexto de persecución, viviendo y deseando como gracia poder ser martirizados. Lo que ocurre es que cuando el Imperio Romano asume en el año 313 la religión cristiana como religión oficial del Imperio, se acaban las persecuciones y viene un tiempo de prosperidad, empiezan a erigirse los templos, etc., etc., y como ya era fácil ser cristiano, aquéllos que tienen un deseo mayor de intimidad y de unión con el Señor lo que hacen es marcharse al desierto y ahí es donde comienza el monacato. La vida religiosa comienza pues con aquellos hombres que se marchan al desierto, a lugares apartados, para llevar una vida de oración, de penitencia, de lectura de la Palabra de Dios. Esos hombres se van organizando en lo que se llamaban originalmente los cenobios, que es vida monástica comunitaria, distintos de los anacoretas que eran los eremitas que vivían aislados de forma personal, uno a uno en lugares apartados. Esos cenobios van originando lo que son los monasterios que se van integrando y organizando en torno a reglas, y se origina tanto un monacato propio de oriente como otro monacato de occidente con San Benito. Toda la primera parte de la Edad Media, Europa, cuando cae el Imperio Romano, va creciendo y configurándose en torno a los monasterios, que constituyen como esas grandes ciudades donde hay cultura en el sentido más amplio, no solamente de grandes bibliotecas, que las habrá, sino también cultura respecto a la capacidad de enfrentarse a la vida, pues los monjes enseñarán el arte del cultivo de la tierra a muchos hombres y, por tanto, los monasterios serán lugares de mucha influencia desde donde se irradiará un estilo de vida profundamente cristiano, que impregna toda Europa.

Lo que ocurre en este momento es la transformación hacia una sociedad feudal, fundamentalmente agrícola y, por lo tanto, rural. La gente busca tierra que cultivar porque eso es lo que le da vida. Pero hay un momento en que comienzan a desarrollarse las ciudades y empieza a ocurrir cierto éxodo, y la gente se va congregando en torno a los burgos, por lo tanto los monasterios, entendidos como lugares dispersos a lo largo del mundo rural que ejercen esa influencia, a los que la gente acude, van perdiendo su fuerza y aparecen los conventos, que son como los monasterios pero dentro de la ciudad. El monasterio en la ciudad no tiene tierra para cultivar y, ¿de qué van a vivir esos nuevos monjes, que ya no son mojes sino frailes, en medio de las ciudades? De la mendicidad. Aparecen en este momento, de ese modo, las órdenes mendicantes.

En la ciudad hay comercio, hay moneda, cosa que no permitía la economía agrícola, que era más rural, y entonces los frailes llevan el monasterio a la ciudad, y allí ellos comparten el coro etc., y se dedican a pedir, a mendigar el pan para sostener el convento y también para poder ofrecer ayuda de caridad a los pobres. Aparece de esta manera también una espiritualidad mucho más centrada en lo que los hombres de esa época están viviendo. Se va descubriendo así cada vez más la humanidad de Cristo. Esto lo vemos muy claramente en la figura de San Francisco de Asís. Fijémonos en los belenes: La tradición tan cristiana del Belén solo se entiende a la luz de lo que le ocurre a San Francisco de Asís en la ciudad de Greccio. Allí él se retira con algunos de sus hermanos frailes a vivir la Navidad y su devoción a la humanidad de Cristo será tal que va a necesitar una representación física tangible de lo que ocurre en el portal de Belén. Es más, hay un acento tan grande hacia la humanidad de Cristo que Francisco de Asís llegará a afirmar una cosa fortísima y es que, para él, la Navidad es la fiesta más importante, incluso más que la Pascua, porque la salvación nos viene con el Salvador y ya lo tenemos cuando nace entre nosotros. Esa contemplación de la Navidad, que no es nueva, porque la Iglesia llevaba desde el siglo V celebrando la Navidad en el estilo litúrgico que nosotros conocemos, da aquí un paso más en ese contexto del estilo litúrgico, y es que va a invitarnos a tocar, a besar al Niño Jesús, a colocar esa representación que nos recuerda la carne y la humanidad de Jesús.

Se puede pensar que se está acentuando tanto la Navidad en Francisco de Asís que parece que no hay lugar a la Pasión. No es así, porque desde esa humanidad da un paso y es que conoce los sentimientos íntimos del corazón del Señor. Francisco de Asís experimenta uno de esos momentos fuertes de gracia que transforman su vida ante aquel Cristo Crucificado de san Damián. Allí lo que le ocurre es que se le graba la memoria de la Pasión, es decir, un conocimiento profundo e íntimo de aquel amor rededor que conduce a Cristo a entregar la vida por Él. No es tanto aquí lo que se nos ofrece el elemento objetivo de Cristo con su costado abierto si no el elemento subjetivo de la vivencia interior que Cristo tiene en su corazón de este misterio. Esta vivencia se le graba tan fuerte en el corazón de su alma que finalmente aparecen en el Santo unos estigmas físicos, que hablan de esa vivencia interior de comunión con los sentimientos de Cristo que entrega la vida por nosotros en la Pasión. La crónica franciscana dice así: “desde aquella hora su corazón fue herido y se fundió en la memoria de la Pasión del Señor”. La herida del corazón físico (esta idea en el medievo se va repitiendo) revela la herida de su amor, es decir, tanta necesidad del Señor de ser amado que va a hacer locuras de amor, como la de la Pasión, que le llevaran a buscar al hombre con esa declaración tan fuerte de amor para que le ame. No deja de ser la misma idea que vamos expresando de maneras distintas de santa Lutgarda de Brabante “tú tienes deseos de mi corazón, pero más yo del tuyo”; ésa es la herida de amor de la que tantas veces hablan los místicos cuando no sienten a Dios, como diciendo: “Ando herido de amor, estoy como enfermo si ni vuelvo a tener esa experiencia del contacto íntimo y profundo con el Señor”. Esto es lo que le llevará por ejemplo a un Francisco de Asís a andar por el bosque como un loco diciendo “el Amor no es amado”. Dios no es amado, no se corresponde por parte de los hombres a ese amor infinito que nos tiene personalmente Dios a cada uno de nosotros. Por tanto, va adquiriendo una preponderancia muy grande el costado dentro de una devoción muy grande a la humanidad.

La tradición medieval, por ser más afectiva ya se centra mucho más en el interior, en los sentimientos de Cristo, en quien se va a resaltar mucho la devoción a las llagas, a las heridas de la Pasión, como muestra de la vivencia interior de Cristo. Un discípulo de San Francisco de Asís, quizás el gran organizador de la orden franciscana, San Buenaventura, también vive una profundísima devoción a la Pasión y es, quizás uno de los representantes y de los abanderados más importantes de esta primera fase de la devoción al Corazón de Cristo, siendo la de Santa Margarita la segunda fase de la misma. Ofrece el Doctor Seráfico un itinerario de la mente hacia Dios, quizás sea su obra mística más importante, donde afirma que la única vía de acceso al Padre, a lo íntimo de Dios, es un amor ardiente al crucificado, y este amor se perfecciona en una comunión sincera de corazones, por eso muchos de sus textos hablan y predican del misterio del corazón de Jesús. Por ejemplo: “El corazón de nuestro Señor fue traspasado por una lanza, para que por la herida visible veamos la invisible herida de amor. La herida exterior del corazón muestra la herida de amor de su alma”. Conocemos así la presencia del elemento objetivo y del elemento subjetivo. El corazón de Jesús en el sentido bíblico profundo y el corazón físico con la herida de amor se hacen una sola cosa en ese símbolo del corazón. De esta época también es Santa Ángela de Foligno y Santa Margarita de Cortona, que son místicas medievales que van a insistir muchísimo en este aspecto de la herida de amor y de la contemplación del corazón de Jesús.

Antes de entrar en la escuela de los dominicos, podemos hablar, volviendo un poquito hacia atrás, porque estas religiosas son de influencia cisterciense, de algunos monasterios alemanes, sobre todo el de Helfta, en Sajonia, donde hubo una fortísima vida monacal femenina y donde algunas místicas van a seguir hablando del Corazón de Cristo: Por ejemplo Matilde de Magdeburgo que entra en el monasterio de Helfta tarde en su vida, porque había vivido como beguina; los begardos y las beguinas eran como personas consagradas que llevaban una vida de oración pero en medio de las ciudades, y ofrecían otro de los movimientos espirituales de la segunda parte de la Edad Media. Una vez que entra ya en el monasterio, habla de sus revelaciones, y escribe: “El Hijo de Dios apareció delante de mí y en sus manos tuve su corazón. Era más brillante que el sol y difundió rayos luminosos de luz por todos los lados. Entonces mi maestro amado me hizo comprender que todas las gracias que Dios de continuo derrama sobre la humanidad fluyen de este mismo corazón”. En el Sagrado Corazón esta mujer contempla sobre todo la vida interior del Señor, ardiente de amor. Es otro elemento que va a ir también apareciendo poco a poco durante esta época. El fuego con el que se representa el corazón, que será fundamental componente también en la presentación que brinda Santa Margarita María de Alacoque, ya aparece ahora como un reflejo de lo que es la Pasión en estos místicos medievales.

Es curioso, pero junto a esta piedad medieval centrada sobre todo en la Pasión, aparece otra mística, Santa Matilde, que se va a fijar en otro aspecto que es fundamental a la hora de hablar del Corazón de Jesús, y es que el Corazón de Jesús junto al Corazón de María son los dos únicos corazones de carne que existen en el Cielo y, por lo tanto, son corazones que están vivos. El Corazón de Jesús es también fuente de vida. El Padre Hoyos hablará bastante de esta idea del corazón de Jesús que nos remite a un Jesús que está vivo.

Santa Matilde ve entonces a Cristo no tanto como al varón de dolores sino justamente como el Señor crucificado que ha subido a un trono de gloria en el Cielo, y aunque sufrió mucho, halló refugio y paz en este corazón del Señor glorificado, y por eso dice: “El Señor abrió la herida de su dulce corazón y dijo: He aquí la grandeza de mi amor. Unió su dulce corazón con el corazón del alma y le dio todas las prácticas de contemplación, devoción y amor y la hizo rica en todo bien. Después de la santa comunión anhelaba no solo la alabanza de Dios. Entonces el Señor le dio su corazón divino en la forma de un ornamento de oro ricamente decorado y le dijo: Por mi corazón divino siempre me alabarás”.

Vamos ahora con la otra orden mendicante que es la orden de los dominicos. Aparece fundada por Santo Domingo de Guzmán, español, castellano, pero los orígenes de la fundación radican en el sur de Francia cuando él acompaña, como secretario que era de su obispo, a aquellas regiones donde las herejías albigenses, que eran producto de una ignorancia grande, habían campado a sus anchas, y él siente una grandísima compasión y logra esa misma adaptación de la vida monacal a las ciudades y, por lo tanto, funda también conventos de frailes dominicos, cuya espiritualidad se resume en el lema de la orden “contemplata aliis tradere”, contemplada la verdad, para llevarla a otros. El convento ofrece ese lugar de oración de recogimiento, de vida interior que hace que pueda preparar a un hombre de Dios que, como decía la tradición dominicana de Santo Domingo de Guzmán, o hablaba a Dios o hablaba de Dios; bien directamente a Él, y se llenaba de Dios, para luego, lleno de Dios, hablar de Dios a los demás. Aquí hay un detalle muy interesante y es que antes el monje iba buscando el encuentro con Dios, es decir, su unión personal con Dios, de la cual se va a enriquecer mucha gente en una transposición. La finalidad de todo en el mendicante dominico es entonces la predicación, es decir, que de esa vida de riqueza con Dios, que no se elude, se busca, tiene como finalidad el que se pueda predicar cuanto más mejor y, a través de esa predicación, se vayan encontrando cada vez más con Dios. Junto a esto se fundarán conventos femeninos de religiosas dominicas que no van a tener por oficio la predicación, pero hacen otra predicación que es la de hablar a Dios de los hombres para preparar con su oración los corazones de aquellos que van a recibir la predicación.

Uno de los grandes dominicos aquella época es San Alberto Magno, y éste vive mucho la contemplación del Evangelio de Juan y, por tanto, del costado abierto, tal y como San Juan lo había descrito en su Evangelio. Volverá muchísimas veces sobre esta idea. Este estilo de estudio y de conocimiento del misterio de Dios para llevarlo a otros hará que haya una especie de vuelta hacia una piedad más intelectual, de tal manera que dará lugar a los místicos renanos del norte de Europa, el maestro Eckhart de Hochheim, Juan Taulero y el beato Enrique Suso, que hablarán mucho de la función del conocimiento para poder llegar a Dios, pero ya no lo van a hacer de la misma manera que se hacía en la época de los Padres, aunque vuelvan a poner el acento sobre lo intelectual, sobre el vaciarse a uno mismo, pero no van a olvidar ya por completo la importancia del corazón y, de hecho, va a recibir textos impresionantes, aludiéndose directamente también al corazón del Señor. Por ejemplo, en sus instrucciones sobre la santa comunión, Eckhart insistía mucho en la necesidad de vaciarse uno, de anonadarse para poder ser un recipiente que se llena de Dios, y dirá así hablando de la comunión:“Tenemos que transformarnos en Jesús y completamente unirnos en Él, así que todo lo suyo sea nuestro y todo lo nuestro sea suyo. Nuestro corazón y el suyo un solo corazón”. Llama mucho la atención porque cuando uno lee despacio los textos el maestro Eckhart nos encontramos ante una espiritualidad muy intelectualista, de hecho luego habrá una reacción contra esto. Pero ni aun así pueden olvidar la importancia de ser un solo corazón con el Señor y de tener sus mismos sentimientos.

Eckhart también utilizó el símbolo del fuego: “En la cruz su corazón fue como fuego y un horno de donde surgen llamas por todos lados. Fue completamente consumido por el fuego de su amor para todo el mundo. Por eso atrajo a sí mismo por el calor de su amor”. Juan Taulero, discípulo también de Eckhart, y que uno de los grandes místicos del mundo occidental, le sobrepasa en referencias al corazón de Jesús: “Qué más puede hacer para nosotros que no ha hecho. Abrió su mismo corazón para nosotros, como el cuarto más secreto donde conduce nuestra alma, su novia elegida. Porque su gozo es estar con nosotros en silencio y paz para reposarse allí con nosotros. Nos dio su corazón herido para que residiéramos allí, completamente purificados y sin mancha hasta que seamos semejantes a su corazón, hechos capaces y dignos para ser conducidos con Él en el corazón divino de su Padre. Nos da su corazón completamente para que sea nuestra habitación”. Finalmente el beato Enrique Suso, que fue discípulo de Eckhart también, en su espiritualidad se concentrará en la Pasión del Señor, participando de ella tanto que tendrá austeridades y penitencias nada comunes. Dice así: “Sabiduría eterna, mi corazón te recuerda cómo después de la Última Cena fuiste al monte y fuiste cubierto de sudor sangriento a causa de la ansiedad de tu amantísimo corazón. Señor, tu amor soportó todo con amor tierno. Señor tu corazón ardiente de amor debe inflamar el mío con amor”.

Dentro de estos dominicos tendríamos que citar también al gran Santo Tomás de Aquino, lo que pasa es que lo hemos citado ya anteriormente, sobre todo en su relación con lo que él dice del corazón de Jesús. Cuando él habla de la interpretación de la Escritura, o en un sentido más amplio, de entender la manera en la que Dios se nos ha revelado, dice que “solamente desde el costado de Cristo abierto en la cruz podemos entender todo lo que Dios ha dicho y ha hecho”, es decir que concibe toda la obra de la redención y toda la obra de la revelación de Dios como un grandísimo misterio de amor: Si no tienes experiencia de ese amor de Dios en el costado abierto de Cristo, o dicho de otra manera, en el corazón de Jesús, entonces no es posible que puedas entender lo que Dios nos ha revelado.

Otra característica muy interesante también de Santo Tomás de Aquino es la de contemplar la armonía y la perfección en el orden perfecto del interior de Cristo. Es una de las características de Santo Tomás de Aquino a la hora de mirar al corazón de Jesús. Asistimos ahí a una pugna: San Agustín, cuando comentaba aquel salmo de que “mi corazón se derrite en mis entrañas”, lo interpretaba, junto con algún otro Padre de la Iglesia, en sentido literal, es decir, pensaban que en la Pasión de Jesús se había hecho líquido, se había licuado el corazón de Jesús, por eso brota luego el agua y la sangre del costado. Científicamente sabemos hoy día que eso no es así, y a Santo Tomás le parece que no se puede interpretar en un sentido literal las palabras de este salmo, sino que entiende que unos sentimientos y un interior tan lleno de armonía, en la esfera de los afectos racionales y sensuales, tal y como él hablará de los dos tipos de afectos del alma, viven en tal armonía en Cristo que es imposible que se dé tal desorden en Cristo, y nos invita justamente a eso, a contemplar a Cristo en todos los momentos de su vida. Hace también una pequeña teología de los misterios de la vida de Jesús, interpretándolos con una profundidad muy grande, y a contemplar ese equilibrio y esa armonía interior: Eso a nosotros nos pasa muchas veces, que tenemos sentimientos encontrados, amamos y odiamos al mismo tiempo, en nuestro desorden interior los hombres somos capaces de esto. Santo Tomás nos invita a ello, a contemplar el corazón de Jesús de tal manera que nuestro interior participe de esa armonía de los sentimientos ordenados; y es que donde el pecado no ha destruido ocurre esto, que hay una armonía, y que en el Corazón de Jesús, contemplándolo, participando nosotros de este amor del corazón de Jesús, se nos comunica también personalmente a nosotros.

Nuestro recorrido por la Edad Media termina con un autor que es Ludolfo de Sajonia, que había sido primero dominico pero luego se hizo cartujo, entró en la cartuja y escribió una vida de Cristo la “Vita Christi”, que influyó muchísimo en la Edad Media. Resume toda la espiritualidad de la Edad Media, pero prepara ya la siguiente espiritualidad que se llamará la “Devotio Moderna”, la devoción nueva a Cristo muy afectiva y muy centrada en su humanidad. El exponente más famoso de esta nueva espiritualidad es San Ignacio de Loyola. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio no se entienden sin la piedad afectiva medieval, incluso ya de origen por su propia devoción moderna a Ludolfo de Sajonia. A Santa Teresa de Jesús tampoco se la puede entender si no es así, y a San Juan de Ávila, que vive ya de este ambiente, impregnado de este ambiente, le ocurrirá lo mismo. Esto es lo que se verá en la próxima charla sobre los santos del siglo de Oro y del comienzo, por tanto, de la Edad Moderna.

 

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