Desarrolló su teología sobre el Corazón de Jesús a raíz de la historia en común con la Congregación de Benedictinas del Sacré-Coeur de Montmartre, en las dos últimas décadas de su vida[2]. El texto fundamental es el artículo “La teología del Corazón de Cristo, plenitud de la Cristología”[3], elaborado con ocasión del congreso internacional del Corazón de Jesús en 1980. El tema que desarrolla es cómo la voluntad humana de Cristo en cuanto Hijo nos ha salvado, al aceptar la voluntad del Padre.
Su objetivo es claro: contribuir a la teología por los fundamentos de la devoción al Sagrado Corazón[4]. Y lo hace con miras al papel del Espíritu Santo. De este modo, subraya la importancia de la voluntad humana de Jesús en el misterio de la salvación. Siguiendo a Dom Diepen, dice:
«La humanidad santa es causa instrumental de la efusión del Espíritu Santo (…). El Paráclito procede eternamente del Amor increado del Hijo. La unión hipostática de la voluntad humana de Cristo con ese Amor divino y la unidad armoniosa de la Persona del Verbo encarnado, hacen del amor humano, y luego también de la sensibilidad, e incluso del corazón de carne, el instrumento privilegiado de la efusión del Paráclito. Del mismo modo, por su inteligencia humana, Cristo nos comunica los misterios que Él contempla en el seno del Padre. De esta manera, Cristo nos entrega, por su Corazón sagrado, el Espíritu que procede de su Amor eterno.»[5] El Espíritu es, en realidad, el soplo del Corazón de Cristo. Para Pío XII, la Iglesia bebe los ríos de agua viva que brotan del costado de Cristo: «Gracias a don tan inestimable, la Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su Divino Fundador y cumplir más fielmente esta exhortación que, según el evangelista San Juan, profirió el mismo Jesucristo: «En el último gran día de la fiesta, Jesús, habiéndose puesto en pie, dijo en alta voz: "El que tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí". Pues, como dice la Escritura, "de su seno manarán ríos de agua viva". Y esto lo dijo El del Espíritu que habían de recibir lo que creyeran en El». Los que escuchaban estas palabras de Jesús, con la promesa de que habían de manar de su seno «ríos de agua viva», fácilmente las relacionaban con los vaticinios de Isaías, Ezequiel y Zacarías, en los que se profetizaba el reino del Mesías, y también con la simbólica piedra, de la que, golpeada por Moisés, milagrosamente hubo de brotar agua».[6]
Se trata de la categoría de sustitución: la voluntad humana de Jesús ha permitido nuestra salvación. «Lo que definitivamente queda en claro es, pues, la voluntad humana de Cristo, contemplada en su suprema entrega, en el don total que Jesús hace de su vida para salvarnos»[7]. «La naturaleza humana de Cristo existe en la persona del Verbo encarnado, y san Pablo nos hace descubrir que la salvación querida por Cristo es una salvación que nos atañe a cada uno de nosotros en particular: “mi vida es una vida de fe en el Hijo del hombre, que se entregó por mí”»[8].
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[1] Reseña biográfica elaborada por Ediciones Encuentro.
[2] J. Argüello, Marie-Joseph Le Guillou. Textos sobre el corazón de Cristo (Universidad San Dámaso, Colección “Studia Theologica Matritensia” 21, Series Le Guillou 6, Madrid 2016) 18.
[3] Ibid, 274-282 en español y 263-271 en francés.
[4] Cf. Ibid, 274.
[5] H. M. Diepen, L´Esprit du Coeur de Jésus, en Cor Iesu I (Herder, Roma 1959) 149-189, aquí 188.
[6] Pío XII, Carta encíclica Haurietis Aquas (15.V.1956) 1.
[7] J. Argüello, o.c., 278.
[8] Ibid, 280.