Sábado, 01 Septiembre 2018 19:03

Meditación: el sí de María

Escrito por Adrienne Von Speyr
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El sí de María al ángel es ante todo gracia. No es simplemente su respuesta humana al ofrecimiento de Dios; hasta tal punto es gracia, que es, a la vez, la respuesta divina a toda su vida. Es la respuesta de la gracia en su espíritu a la gracia depositada en su vida desde el principio. Pero ese sí es igualmente la respuesta que la gracia esperaba, que María pronuncia al no desoír la llamada de Dios. Y no desoír significa para ella ponerse a disposición de la llamada con una donación total. Donarse con toda la fuerza y la profundidad de su ser y de sus capacidades; donarse, pues, simultáneamente en la fuerza y en la debilidad: en la fuerza de aquella que está pronta para toda disposición de Dios, y en la debilidad propia de aquella sobre la que ya se dispuso, la que es lo suficientemente débil como para reconocer el poder de quien interpela, y, de nuevo, lo suficientemente fuerte como para ofrecerle sin reservas la propia vida.

María en Iesu CommunioComo palabra de la gracia su sí es de un modo especial una acción del Espíritu Santo, por cuyo efecto ella le regala a Dios cuerpo y alma. El Espíritu que la cubrirá con su sombra ya está en ella, y es Él quien le permite pronunciar el sí junto con Él. Al cubrirla con su sombra, el Espíritu, inundándola, se encuentra con el Espíritu que ya habita en ella, y así el sí de María es incluido en el sí del Espíritu. Y envuelto en el Espíritu Santo, su sí se transforma en una palabra verdadera, libre e independiente de su propio espíritu. Primero será una palabra de su espíritu, sin que ella todavía presienta de qué modo está determinado en la intención de Dios que se convierta también en una palabra de su cuerpo. Él puede hacerlo porque el sí de ella es ilimitado, es una materia dócil con la que Dios puede formar lo que le plazca.

Diciendo sí, María renuncia a sí misma, se anula a sí misma, para dejar que solo Dios sea activo en ella; le abre a su acción todas las posibilidades que constituyen su esencia, que le fueron confiadas, sin que ella quiera o pueda dominarlas. Ella se decide a dejar actuar solo a Dios, y precisamente por esa decisión se transforma en cooperadora. Pues siempre la cooperación en las obras de la gracia es fruto de una renuncia. En el amor toda renuncia es fecunda, por que crea espacio para la respuesta afirmativa a Dios, y Dios solo espera la afirmación del hombre para mostrarle lo que un hombre puede junto con Él. Nadie como María ha renunciado tanto a todo lo propio para dejar reinar solo a Dios; y, por tanto, a nadie, como a ella, Dios le ha regalado un poder mayor de colaboración. Renunciando a todas sus posibilidades, ella recibe su cumplimiento, más allá de todo lo esperable: co-actuando con el cuerpo, ella deviene Madre del Señor; co-actuando en el espíritu, su sierva y su esposa. Y la sierva se transforma en madre; y la madre, en esposa: toda perspectiva que se cierra abre una nueva, siempre más profunda, hasta donde se pierde la vista.

Su fecuncidad es tan ilimitada porque también la renuncia contenida en su sí era tan infinita. María no pone ninguna condición, ninguna, en su respuesta se dona totalmente, frente a Dios olvida toda prudencia, porque ante sus ojos se abre la inmensidad de los planes de Dios.

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