Estas palabras en su brevedad encierran un gran contenido. Según dicen eruditos de la Sagrada Escritura: “La pobreza de que habla la Biblia no es solamente una condición económica y social, sino que puede también ser una disposición interior, una actitud del alma; el Antiguo Testamento nos revela así las riquezas de la pobreza, y el Nuevo Testamento reconoce en los verdaderos pobres en el espíritu, a los herederos privilegiados del reino de Dios”.
Pobre es aquella persona que se encuentra en una situación existencial grave. Puede estar desprovista de bienes materiales, o estar aquejada de una enfermedad incurable, o en una situación política de miseria y esclavitud donde no ve horizonte a su vida. En esta pobreza radical el pobre grita a Dios para que le ayude y libere de ese ambiente insoportable.
Israel vivió esta situación después del retorno del cautiverio de Babilonia a Jerusalén, en el siglo VI antes de Cristo. La situación de miseria material y espiritual hizo que los israelitas piadosos elevaran su corazón a Dios. Cuando todo falla Dios puede hacer milagros. En este ambiente se potencia la actitud de los “anawim”, de los humildes, de los pobres de Yahvé.
Es una apertura teologal de fe, esperanza y caridad. Entre estos pobres “sobresale la Virgen María”, que “esperaba y recibió la salvación”. Dios vino a Ella y el Verbo se hizo carne. Posibilitó nuestra redención. Porque miró la humildad de su sierva. Y lo que ha hecho en Ella lo realizará con los pobres y humildes de generación en generación. Los pobres, los pequeños, roban el corazón de Dios.
(wwwocarm.org)