Y en la tierra, por medio de la Iglesia, por la sucesión apostólica, sigue siendo el único Pastor, Maestro y Salvador de la humanidad, ejerciendo este ministerio en la historia hasta la consumación de la misma1. Su salvación llega hasta nosotros, histórica y temporalmente, a través de los sacramentos de la Iglesia en la que Él ejerce el único Sacerdocio, uniendo en Él a los hombres con el Padre.
Ahora bien, María ha sido asociada a la mediación única y eterna del Hijo (y por tanto también a su mediación histórica durante la existencia de la Iglesia) cuando en la cruz nos ha sido entregada como Madre (cf. Jn 19,25). Recibe entonces la misión de ser madre espiritual de la Iglesia naciente y, en definitiva, de toda la humanidad2. Y en cuanto madre de todos, tiene la función de ser corredentora, mediadora y abogada de la humanidad. De hecho, su maternidad espiritual recibida de Cristo al pie de la cruz es la confirmación por parte de su Hijo de su ministerio de corredentora.
Desde ahí se comprende, a partir del dogma de la Asunción y de los títulos y fiestas que proclaman su coronación en el Cielo (como Reina de los Ángeles y de toda la humanidad), que María no sólo es corredentora por su colaboración en la encarnación y en el misterio pascual. Ella sigue ejerciendo de corredentora por estar inseparablemente asociada al Sacerdote Eterno que es Cristo, y en Él interceder sin descanso por la humanidad (especialmente por los pecadores), cumpliendo la misión recibida en la cruz.
Por su participación en cuerpo y alma de la gloria de su Hijo Jesucristo, ha quedado esencialmente asimilada a su función mediadora entre Dios y los hombres. Así, durante el período histórico de la Iglesia, ejerce su función maternal en cuanto corredentora, por la vinculación esencial a su Hijo Sumo Sacerdote, intercediendo también ella (inseparablemente unida a Cristo) al Padre por nosotros3.
1 Cf. capítulo II de la Constitución Dogmática Dei Verbum.
2 Cf. Juan Pablo II, Redemptoris Mater 47: “María está presente en la Iglesia como Madre de Cristo y, a la vez, como aquella Madre que Cristo, en el misterio de la redención, ha dado al hombre en la persona del apóstol Juan. Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia”.
3 De hecho, en la proclamación dogmática de la asunción de María al cielo, el Papa Pío XII vincula ambos aspectos, la asunción de María y su asociación con el Redentor y su obra redentora, por medio de su dolor y ofrenda de sí misma, su fe y su abandono a la voluntad del Padre. Es llamada entonces “generosa Socia del divino Redentor” (Pío XII, Munificentissimus Deus 40).