1. La llamada de la Nuestra Señora se podría sintetizar en: "¡Haced penitencia!" Es el mismo mensaje que el ángel en Fátima. Recordemos que la expresión “hacer penitencia” es la correspondiente en el Evangelio a “convertíos”; de hecho, así se traducía entonces normalmente. Es decir, el tema de nuevo es volver a Dios, ante la rebelión contra Dios. Usa la palabra “pecadores” refiriéndose a los alejados de forma persistente, a la apostasía que va tomando cuerpo a mediados del siglo XIX, y que ya no es simplemente infidelidad: es contumacia, organización anticatólica, un cuerpo de pensamiento y acción que en pocos años tomaría el control de Francia y luego del mundo entero. Pero “haced penitencia” también es una llamada a orar y sacrificarse –se dirá claramente en Fátima a los niños- precisamente por la conversión de los pecadores, pues “si no se convierten no habrá paz”.
2. El tono de la Virgen es de tristeza, hasta el punto que al enseñarle su oración a la niña ésta se pone “muy triste”. Este tono es el mismo que en la Salette y el que tendrá el rostro de Nuestra Señora en Kibeho o Akita. María sufre con sus hijos. El pecado es el mayor sufrimiento y fuente de sufrimientos del mundo. Sólo una vez sonríe, y es cuando le echa el agua bendita. Es hermosa esa sonrisa en medio del drama de nuestro tiempo.
3. Lourdes se convierte en lugar de sanación. La gracia sana. Mi impresión es que la advertencia deja paso al consuelo porque la apostasía va a dejar tantísima herida que la Misericordia va a ir tomando cada vez más un protagonismo fundamental sin negar la Justicia; es más, sobre la base de ella, pero precisamente porque se ha advertido, ya sólo queda anunciar: “Venid a Mí todos los cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11, 28-30).
4. La referencia eucarística y a los sacerdotes también aparece en la orden de construir allí una capilla donde la gente pueda venir y ser atendida, como sucede hasta la actualidad, habiéndose convertido en bastión y pulmón del cristianismo francés que sufre lo anunciado en La Salette.
5. El nombre que se da a sí misma María es muy importante: La Inmaculada Concepción. Y no de cualquier manera sino de forma solemne, con sus manos unidas, levantando la mirada al cielo. La Inmaculada Concepción de María está presente en la aparición de la Medalla Milagrosa, también lo está en La Salette implícitamente, en la forma de vestir, pero también en como la llaman los niños. Finalmente serán los grandes santos del siglo XX –Kolbe, Madre Teresa, Juan Pablo II- los que en continuación con los del siglo XIX como San Luis María Grignon de Monfort, muestran la batalla final de la Inmaculada contra el dragón, batalla anunciada en el protoevangelio: el misterio de la nueva Eva como explicó el Santo Padre Pío IX en la definición del dogma y luego Pio XII en el de la Asunción.
6. Finalmente, el arma de oración propia es el rosario. Veremos cómo éste se convierte en una petición constante de la Virgen a partir de este momento.