Sábado, 23 Marzo 2019 19:30

El Corazón de Cristo y el "affectum Cordis" en los Padres de la Iglesia

Escrito por Víctor Castaño
Valora este artículo
(1 Voto)

El 17 de noviembre del 2018, siguiendo el ciclo de conferencias que ha organizado la parroquia de San Salvador (Leganés), D.Víctor Castaño tuvo una ponencia sobre el Corazón de Cristo en los Santos Padres, que ofrecemos a continuación.

[HAZ CLICK AQUÍ PARA ESCUCHAR EL AUDIO] 

Antes de entrar de lleno en el tema, vamos a entender la importancia que tiene lo que han dicho los Padres de la Iglesia sobre este asunto tan concreto. ¿Por qué es interesante lo que tienen que aportarnos a nuestra vida lo que dijeron autores tan antiguos? Porque de la misma manera que exponemos quién es el corazón de Jesús a lo largo de la Escritura, y tenemos muy claro que Dios nos está hablando a través de la letra de la Escritura, algo así ocurre también con esa prolongación de la Escritura que es la Sagrada Tradición en la historia de la Iglesia. La Escritura no es un libro muerto, se ha leído y se ha meditado en cada generación. Y los santos, tanto los antiguos como los nuevos, han ido leyéndola en función de las características y problemas propios de su época, y en ella han encontrado lo que la Escritura nos habla del Corazón de Jesús. Por lo tanto, lo que vamos a hacer es continuar ese mismo estudio de la Revelación de Dios iluminado por la espiritualidad del Corazón de Jesús.

La espiritualidad del Corazón de Jesús surge con fuerza en la Iglesia a raíz de las apariciones a Santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVII en Francia, pero evidentemente cualquier revelación particular de un santo no añade nada a todo lo que ya está dicho en el Evangelio sobre lo que es el cristianismo; lo que ocurre es que llama la atención sobre algún aspecto que se está olvidando, da una perspectiva nueva a la hora de entender las cosas y, por lo tanto, nos ayuda a volver a descubrir eso que Dios nos había dicho en la revelación pública. Sucede que lo que Dios nos ha revelado se contiene no solamente en la Escritura misma sino también en lo que llamamos la Tradición eclesial, que consiste en esa lectura, en ese ir enseñando en los diversos tiempos y épocas de la historia lo mismo que Jesús nos ha enseñado; por eso resulta tan interesante poder hacer este recorrido. Tengamos cuidado, no obstante, también con pensar que vamos a encontrar en estos autores patrísticos la espiritualidad del Corazón de Jesús tal y como la enseña Santa Margarita y los autores posteriores. Es verdad que lo esencial está, pero no de la misma manera, no con los mismos matices, por lo tanto vamos a tratar de iniciar ese recorrido en cuanto antecedente. Podríamos resumirlo con la imagen de un montón de pequeños arroyos que van confluyendo poco a poco hasta que se fragua en la Iglesia ese gran río de la espiritualidad del Corazón de Jesús, que encontramos a partir de las revelaciones de Paray-le-Monial con Santa Margarita.

Los Padres de la Iglesia vivieron una problemática concreta, que fue la de asumir la Revelación de Dios en la cultura de su tiempo y, para ello, estudiaron la Escritura, fueron primero personas que escucharon y oraron abundantemente la Palabra de Dios, además con una ventaja con respecto a los tiempos de hoy y es que hoy tenemos muchas veces la tentación de estudiar esa Palabra de Dios en ambientes académicos a veces algo separados de lo que resulta ser la vida espiritual y la oración. En esta época, la teología se hacía en las casas y en los monasterios y la hacían hombres de Dios, que se retiraban abundantemente desde una vida consagrada a orar y a meditar esa Palabra de Dios. A partir del Siglo XIII sí que se empezó a estudiar la Palabra de Dios en las universidades, y se fueron separando estas dos dimensiones, con sus ventajas, pero también con algún inconveniente. Por tanto, los Padres son hombres que, estudiando la Escritura y viviéndola, haciéndola carne en ese ambiente de vida espiritual, intensa en su vida, además confrontaron esa experiencia fuerte, personal de Dios, con la filosofía de su tiempo, y eso también lo vamos a aplicar al tema que vamos a tratar. Lo primero que hacen los Padres de la Iglesia al estudiar aquellos textos más importantes que nos hablan acerca del corazón de Jesús, es estudiarlo en los textos del capítulo 7 del Evangelio de Juan, del capítulo 19 del Evangelio de Juan y en el Cantar de los Cantares.

Desde Orígenes, que fue el primer gran místico de la Iglesia, toda la tradición monástica ha encontrado un lugar muy especial para hablar de lo que es nuestro trato de intimidad con el Señor. Ese lugar nos lo ofrece el Cantar de los Cantares, que resulta como un gran canto de amor, de un esposo a una esposa, y la tradición monástica ha hecho muy suyo este libro de la Escritura, mucho más que otros. Sabemos también que había dos tendencias a la hora de interpretar aquel otro famoso texto del capítulo 7 del Evangelio de San Juan, cuando Jesús en medio de la fiesta de las tiendas dijo quien tenga sed que venga a mí y beba. Esa discusión no solo es de teólogos modernos, sino que ocurrió ya entre teólogos tan de primera época de la Iglesia como Orígenes. Forma parte de la primera época de pensadores cristianos después de los apóstoles y también esa interpretación la mantiene Hipólito de Roma, que pertenece a la cuarta generación: Después de San Juan, que es el Discípulo Amado de Cristo, de su discípulo San Policarpo de Esmirna, y del discípulo de éste que fue San Ireneo de Lyon, llegamos al discípulo de este último que es San Hipólito de Roma.

Había, pues, dos maneras de entender este texto. Dependiendo de dónde se coloque la puntuación, la frase significa una cosa u otra. Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que crea en mí, como dice la Escritura, de su seno correrán los ríos de agua viva. Esto significa que del Corazón de Cristo manan los ríos de agua viva. La Vulgata, es decir, la traducción latina oficial de la Iglesia, tradujo de esa manera, de tal manera que a nosotros nos resulta más familiar, y tenemos tendencia normalmente a leer el texto de esta manera, a pensar que desde el corazón de Jesús brotan los ríos de agua viva. Sin embargo, aquel gran místico, Orígenes, y por su influencia San Ambrosio, y luego San Agustín… ponían el punto en otro lado: Si alguno tiene sed que venga a mí y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura, de su seno correrán los ríos de agua viva. Aquí se identifica el beber, el creer, el ir al Señor como un solo acto. Luego, después del punto, lo que dice es que los ríos de agua viva correrán de aquel que ha ido a él. El que ha ido a Cristo ha llenado su corazón de su amor, y de ese corazón unido a Cristo brotan los ríos de agua viva. No son dos tendencias muy encontradas, porque está claro que en el fondo la fuente única y última es el corazón de Cristo. La diferencia entre un texto y otro es simplemente si ponemos más acento en cómo nuestra vida enriquecida enriquece a los demás, o sentáramos más nuestra mirada principalmente en Jesús.

Así se hallaron dos lecturas del texto. La primera lectura era la de Orígenes, quien procedía de Alejandría y luego marchó desterrado y tuvo que vivir en Antioquía, pero la lectura alejandrina era ésta, la primera, la que pone el acento en Cristo, mientras que la otra lectura, que algunos dicen que es incluso más antigua, era la que partía de la comunidad de Éfeso. Algunos testimonios de esta segunda lectura, la efesina, provienen por ejemplo de Hipólito de Roma, que como ya hemos dicho fue discípulo de San Ireneo, que a su vez fue discípulo de San Policarpo de Esmirna y éste a su vez fue discípulo del propio apóstol San Juan, que es el que escribe este Evangelio, según la tradición. Es una tradición, la de esta segunda lectura, por una parte antigua y por otra parte que defiende la legitimidad de pensar que hay una cadena directa que llega al mismo autor del texto, que es el Discípulo Amado. Por eso, estos autores de esa corriente dedicarán algunas frases hermosas a ese texto.

En San Ireneo leemos, por ejemplo: “El Espíritu Santo está en todos nosotros y Él es aquella agua viva que el Señor dispensa a todos los que le creen como Él manda. La Iglesia es la fuente de agua viva que brota para nosotros del corazón de Cristo. Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, pero el Espíritu es verdad, el que no participa en este espíritu no recibirá ningún alimento ni vida en el seno de nuestra madre la Iglesia, ni puede beber en la fuente cristalina que brota del cuerpo de Cristo”.

Es muy bonito así caer en la cuenta de personas que han estado muy cerca de los apóstoles, y doctrinalmente vemos que creen en aquello mismo que nosotros celebramos cuando celebramos la fiesta del corazón de Cristo. Este texto mencionado recuerda al prefacio de la Fiesta del Corazón de Jesús. Siempre que la Iglesia celebra el Corazón de Jesús viene a decir que el corazón de Jesús es el corazón de la Iglesia, porque de ahí ha manado el don del Espíritu Santo. Cuando se derrama con profusión sobre una comunidad de discípulos de Jesús, allí está la Iglesia y allí están todos los bienes que custodia la Iglesia, que se entienden, que tienen sentido desde esa experiencia del amor redentor de Cristo en la Cruz, de su costado abierto. El Evangelio de Juan ofrece una insistencia muy clara acerca del costado abierto, y esos autores lo hacen notar.

El Evangelio de Juan tiene dos partes muy diferenciadas. La primera parte nos cuenta la vida de Jesús, lo que se llama el libro de los signos hasta el capítulo 12. A la mitad aproximadamente de esos 12 capítulos, en el séptimo justamente, Cristo nos dice que quien tenga sed que venga a mí y beba, porque de mi costado manarán esos torrentes de agua viva. Continúa la Pasión a partir del capítulo 13 y la Pasión termina en ese costado abierto de Cristo, y de una manera muy solemne San Juan nos dice: Mirarán al que atravesaron… el que vio es el que da testimonio. Cuando Juan dice “el que vio” está utilizando un verbo en griego que no tiene traducción directa al español, porque no hay ningún tiempo verbal equivalente. Para poder traducir al español habría que dar un rodeo perifrástico y explicar: “El que vio y que sigue ahora bajo ese efecto de lo que vio, es el que da testimonio”; es decir, asistir a la contemplación de ese costado de Cristo abierto, cambia y trasforma la vida. Estamos en el capítulo 19 de Juan y si vamos al 20, a la aparición central de Jesús Resucitado, contemplamos a Cristo, que lo primero que hace al ponerse en medio de sus discípulos es de nuevo mostrar el costado. Y el Evangelio termina con otra aparición a los 8 días, donde encontramos al incrédulo metiendo la mano en el costado abierto por Jesús para hacer que el que crea en mí que venga a mí y beba. Aquí termina el Evangelio de Juan, porque el capítulo 21 está redactado en plural, y toda la tradición entiende que algunos discípulos de la misma doctrina que San Juan les enseñaba añadieron ese capítulo, inspirados también por Dios, por eso la Iglesia lo incorpora al texto del Evangelio y lo reconoce como tal en el capítulo 21, pero Juan mismo termina en el capítulo 20 invitándonos a esto, de ahí la centralidad del testimonio johánico que todos los discípulos de las sucesivas generaciones cristianas también van viendo como tal, de tal manera que colocan en el mismo centro de la vida de la Iglesia la contemplación del costado abierto de Cristo.

Otro santo de la segunda generación de cristianos, San Justino, un hombre culto que se llamaba a sí mismo filósofo, es decir, un hombre que buscaba la verdad y testimonia que la ha hallado en Cristo, también halla la fe cristiana en esta ciudad de Éfeso y se incorpora por tanto a esta tradición efesina. Leemos en San Justino: “Nosotros cristianos, somos el verdadero Israel, el verdadero pueblo elegido por Dios que se origina de Cristo porque hemos salido del corazón de Cristo como de una roca”. Lo que nos está enseñando es algo muy propio de los Padres de la Iglesia, que es leer muchos textos del Antiguo Testamento a la luz de este costado de Cristo abierto.

El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 112 nos cita textos de San Agustín y, principalmente, de Santo Tomás de Aquino, cuando nos enseña cómo hay que entender bien la Biblia, y recoge la siguiente idea de Santo Tomás de Aquino: “Hasta que el costado de Cristo no fue abierto en la cruz, las Escrituras eran oscuras porque había como un velo que impedía el conocimiento de lo que a través de esas letras realmente Dios nos había revelado, porque hemos salido del corazón de Cristo como de una roca”. Santo Tomás, en el fondo, lo que hace aquí es recoger y considerar la manera en que los Padres de la Iglesia habían leído la Escritura. Este texto del costado abierto va a ayudar al Doctor Común a mirar hacia atrás en la Escritura y a comprender retrospectivamente muchos textos bíblicos, y esto es un paso más que damos en nuestra argumentación, porque ahora vamos a ver cómo este episodio del costado abierto de Cristo es como un hilo transversal que recorre toda la Escritura, desde el principio hasta el final. Lo tenemos por ejemplo en esas palabras citadas: “Porque hemos salido del corazón de Cristo como de una roca”; esto nos recuerda a Moisés peregrinando en el Éxodo hacia la Tierra Prometida, cuando se morían de sed los hebreos, y el Señor le dice a Moisés: Golpea la roca y surgirá el agua. Muy ligado a la fe en su experiencia y misión, pero Moisés tiene que darle varias veces a la roca, porque le falta fe. Vemos así con este ejemplo que los temas aparecen juntos, a veces, en ciertos lugares de la Escritura. En comparación con ese lugar del que puede beber el pueblo de Dios, porque aquella agua se agotó y volvían a tener sed, sin embargo, Cristo promete un agua viva de otro orden, del orden espiritual donde no se acaba la sed.

Hay otro autor, San Cipriano de Cartago, que pertenece a la Iglesia africana, y que vuelve a retomar este tema: “Cuando el pueblo sufría sed en el desierto, Moisés batió la roca con su vara, esto es, con madera, y brotaron ríos de agua; así fue prefigurado el misterio del Bautismo porque la roca es el símbolo de Cristo, como nos dice el Apóstol: Bebían de la roca espiritual que les seguía, pero la roca era Cristo; por eso, … no cabe duda que esa roca fue símbolo de la carne del Señor, que fue batido con la madera de la cruz y ahora dispensa agua viva a todos los que tiene sed. Así está escrito: de su seno correrán ríos de agua viva”.

San Ambrosio de Milán, es uno de los autores representativos del “affectum cordis”, es decir, de la devoción o afecto del corazón, y también a la manera alejandrina se sitúa más en el lado espiritual y exegético de Orígenes, y por tanto es de los que coloca la puntuación pensando en que del cristiano salen los ríos de agua viva. Dice así: “Bebe de Cristo porque Él es la roca de donde brota el agua; bebe de Cristo porque Él es la fuente de vida, bebe de Cristo porque Él es el río cuya corriente trae alegría a la ciudad de Dios, bebe de Cristo porque Él es la paz, bebe de Cristo porque de su seno corren ríos de agua viva”.

Otro tema muy relacionado con éste es el tema del privilegio de San Juan Apóstol, que es el que se refiere al privilegio de recostar la cabeza durante la Última Cena, sobre el costado que se iba a abrir de Cristo, en el mismo lado que se iba a abrir después. Orígenes escribió un comentario al Evangelio de San Juan y decía Orígenes que tardó mucho en poder hacerlo porque no se encontraba con la suficiente paz de espíritu como para profundizar y beber espiritualmente de esa doctrina tan sublime del gran contemplativo, ya que entre los cuatro evangelistas, Juan es el que más profundiza y el que contempla con más profundidad el Misterio. Dice Orígenes que hasta que no ocurrieron dos cosas no pudo comenzar su comentario: La primera era, como le pasó a San Juan, escuchar al pie de la Cruz aquellas palabras de Cristo: Ahí tienes a tu madre. Siempre el trato con la Virgen María purifica y trasmite esa limpieza de corazón, y pacifica también el corazón. Y segundo, el de reclinar la cabeza sobre el pecho del Señor y escuchar aquellos latidos donde se expresa el amor divino, y entonces poder entender y captar a la luz de ese amor todo lo que dice el Evangelio de San Juan. Ese poder reclinar la cabeza sobre el pecho es beber, de alguna manera, de la fuente de agua viva.

De los escritos de Orígenes beberá toda la tradición monástica. Uno de ellos, no el único; y por eso todos los grandes autores del Medievo como san Bernardo etc., todos emprenden comentario y homilías sobre el Cantar de los Cantares, a imitación de Orígenes y muchas veces copiándole. San Agustín, en esa tradición, comenta el Evangelio de San Juan, y nos habla de lo que dice Orígenes: “Entre sus compañeros y colaboradores, y otros evangelistas, San Juan recibió del Señor, sobre cuyo pecho se reclinó durante la Última Cena, para significar que bebió los misterios más altos del más íntimo corazón, y el don especial y excepcional de decir tales cosas acerca del Hijo de Dios, lo cual estimularía, sin satisfacer de todo, los espíritus de los pequeños, que son todavía incapaces de comprensión, pero para los más formados que han alcanzado el estado adulto, estas mismas palabras sirven para ejercitar y nutrir sus almas”.

La tradición patrística se fijará muchísimo también en la cuestión del costado abierto de Cristo en la cruz, del costado traspasado, en cuanto origen de la Iglesia. Y decíamos que vuelven siempre hacia atrás en la interpretación de textos, pues el primero, el de la primera referencia a través del libro del Génesis, estriba en ver a Cristo con su costado abierto como un nuevo Adán. En efecto, ¿qué ocurre en la primera página de la Biblia? Pues que vemos que Dios saca a Eva del costado de Adán, y así en la mente de los Padres ocurre como una especie de anticipo de lo que va a ocurrir en la Cruz: Adán se duerme en un sueño, y del costado de Adán surge Eva. Pues lo mismo en la Pasión, Cristo se duerme en el sueño de la muerte de la cruz y, cuando está dormido, de ese costado abierto surge la nueva Eva. Es una manera de entender la Salvación. ¿Cómo viene la perdición? La perdición viene porque un hombre y una mujer juntos, Adán y Eva, que están unidos en su origen por gracia, desobedecen a Dios y se animan mutuamente en esa desobediencia. La Redención, en cambio, proviene de que María y Cristo se unen para la obediencia, y curiosamente, algo que ocurre muchas veces en la Escritura, se intercambia la figura de María con la figura de la Iglesia porque María es la primera en el orden de los redimidos de la Iglesia. Por lo tanto, podemos percibir cómo María, al pie de la cruz, contempla a la Iglesia que brota del costado abierto de Cristo, identificándose así también con ella. En ese mismo sentido, Tertuliano nos dice: “Si Adán fue un tipo de Cristo, el sueño de Adán fue un tipo del sueño de Cristo, que durmió en la muerte. Hay un nuevo origen para que por semejante abertura del costado se formara la verdadera madre de los vivos, la Iglesia”. Esto significa que aquellas cosas que son referidas a Adán de Eva se pueden aplicar luego a la Iglesia considerada como la que nace del costado abierto de Cristo.

Igual que Adán exclama: Ésta es carne de mi carne y hueso de mis huesos, también de la Iglesia se puede decir que es el cuerpo de Cristo, y se alimenta de la carne de Cristo que es la Eucaristía, que está también en su seno. De la misma manera que Eva es la madre de todos los vivientes, la Iglesia también está llamada a ser madre de todos los vivientes. De la misma manera que la novia se prepara para el desposorio, bañándose, y esto lo explica San Pablo en la Carta a los Efesios, entonces la Iglesia misma, también bañada y purificada por el agua y la sangre que brota de Cristo, se prepara como aquella esposa perfecta que está llamada a ser carne de la carne de Cristo y llamada a ser una sola carne con Cristo, igual que Eva estaba llamada a ser una sola carne con Adán.

Nos acercamos finalmente a poder explicar lo que decíamos al principio, es a saber la doctrina del “affectum cordis”. Los Padres han estudiado la Escritura y en ese estudio de la Escritura han captado no solamente detalles concretos, sino también esas líneas generales a través de las cuales Dios nos muestra su Revelación. Pero realizan también la otra tarea de confrontarse con el pensamiento dominante de la época. ¿Cuál era ese pensamiento dominante de aquella época? Fundamentalmente, la filosofía de Platón. Aristóteles no fue seguido tanto en el tiempo de la Antigüedad. Sería recuperado luego por Pedro Lombardo, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, pero eso será en el siglo XIII. Hasta entonces, lo que predomina en la Iglesia, en San Agustín y los Padres, era que casi todos seguían la filosofía de Platón y la adaptaban para poder explicar el Evangelio, y dialogaban con aquella cultura antigua que vivía esto.

Sin embargo, como lo primero y principal no era la filosofía de Platón sino la Escritura, corregían a la filosofía platónica con la Escritura cuando tocaba corregirla. Lo que ocurre es que Platón decía que el elemento principal del hombre es la razón, y ése es el contenido fundamental del mito de la caverna: Si tú alcanzas el verdadero conocimiento, que es poder ir a lo de arriba, al mundo de las ideas, y las ideas se conocen con la razón, tú alcanzas la salvación; mientras estás en la caverna permaneces en un mundo de sombras, pero cuando puedes alcanzar aquellos conceptos que pertenecen al ámbito de lo celestial, cuando alcanzas ese conocimiento, entonces te salvas. Platón concebía la vida, en el fondo, desde el punto de vista de que, si uno conoce lo que está bien, se hace bueno. Es verdad que los buenos conocimientos contribuyen a hacer buenas personas, pero hay personas que sabiendo lo que está bien no lo quieren. Contra Platón, la Revelación cristiana nos enseña que el lugar de la decisión reside en la voluntad, el corazón. La Escritura va revelando poco a poco esto, y los Padres de la Iglesia irán adoptando esto, ayudándose también de las concepciones de los estoicos que hablaban de la centralidad de las pasiones en el hombre, de esas cuatro pasiones fundamentales que hay en el hombre. San Jerónimo decía por ello: “Se pregunta dónde está lo principal del alma. Platón dice que en el cerebro; Cristo muestra que está en el corazón”.

Los autores clásicos hablaban en realidad del “affectum animae”, es decir de cómo del alma salen esas fuerzas, eso es el afecto, que mueven y se pegan, pues ya en latín “afecto” proviene de “ad facere”, de “actuar”, de hacer conforme a un fin, en una dirección, o sea que ya la propia etimología latina nos muestra la convicción de que cuando tú conoces algo ya lo deseas. Sin embargo, los Padres de la Iglesia fueron hablando mejor del “affectum cordis”, es decir, que la fuerza que mueve a la persona sale del corazón, no del alma, no de la mente en el sentido intelectual; incluso, muchas veces, utilizarán la palabra “mente” con un concepto más equivalente a corazón que al sentido intelectual, para poder salvar muchas de las afirmaciones de Platón. Así, por tanto, podemos ir encontrando algunos detalles donde se nos habla ya de la importancia de purificar el corazón para que deseemos a Dios. Por ejemplo, Orígenes dice que el corazón es en realidad la mente en ese sentido, para poder interpretar y traducir a lo cristiano, de ese modo, a los filósofos paganos de una manera correcta conforme a lo que los Padres de la Iglesia, por su lado, van entendiendo a su vez acerca de la antropología derivada de la Sagrada Escritura.

El Pastor de Hermas, una obra de autor más o menos anónimo, dice ya también esto, la importancia de purificar el corazón: “Purifica tu corazón de todas las vanidades del mundo, de toda duda. Vístete con la fe porque es fuerte”. Clemente de Alejandría dice: “La fe tiene que transformar el corazón y la fe se presenta como desarrollándose en gnosis [es decir, en un conocimiento profundo]... resplandezca esta luz en la parte más profunda del hombre, en su corazón, y salgan los rayos del conocimiento para revelar e iluminar al hombre interior, al amigo de la luz, al amigo de Cristo”. Podemos citar también a San Juan Crisóstomo, que es un Padre bastante tardío, pues estamos hablando del año 407, y fue un hombre que concibió toda su vida a la luz de las cartas de San Pablo. Por tanto, retomamos ahora con el Crisóstomo alguna de las ideas que comentábamos en su momento cuando explicábamos del corazón de Jesús en las cartas paulinas. Sabemos que San Pablo no habla explícitamente del corazón de Cristo, sino que su espiritualidad en este aspecto podríamos englobarla en la otra tradición, en la de Alejandría, en la línea de Orígenes, donde se coloca más el acento en el corazón transformado por el contacto con el corazón de Cristo, y hablaba mucho más el Apóstol de cómo brota del corazón transformado en Cristo ese amor, y de cómo el corazón del hombre es continente del amor de Dios. He ahí Romanos 5,5: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones que se nos ha dado. Ahora bien, San Juan Crisóstomo dice: “Yo quisiera ver las cenizas, no solo de esta boca, sino también de este corazón, y no se engañara quien lo llamara corazón del mundo entero. Tan grande fue su corazón que abrazó ciudades enteras, pueblos, naciones, porque dice ‘mi corazón se ha dilatado´. Yo quisiera verlo licuefacto mientras arde para todos los que van en perdición, mientras sufre de nuevo los dolores de parto para los hijos de adopción, mientras contempla a Dios, porque los de puro corazón verán a Dios. Este corazón fue víctima de expiación, este corazón más elevado que el cielo, más brillante que el rayo solar, más ardiente que el fuego, más fuerte que el diamante. Un corazón que hace refluir corrientes, donde está la fuente que inunda e irriga, no la faz de la tierra, sino las almas de los hombres, donde nacen no solo los ríos, sino también fuentes de lágrimas día y noche. Ese corazón que vivía una vida nueva, ya no la nuestra porque él mismo [el Apóstol San Pablo] dijo no vivo yo sino que es Cristo el que vive en mí”.

La idea de fondo que maneja el Crisóstomo es ésta: el corazón de Pablo es el mismo corazón de Cristo. Aparece, además, también aquí otro tema muy querido para los Padres que es el de la licuefacción del corazón. Hay un salmo que, profetizando la pasión de Cristo, anuncia: Mi corazón se derrite en mis entrañas. La mayoría de los Padres de la Iglesia, y ahí incluimos ahora al gran meditador de la pasión de Cristo en Getsemaní que fue San Máximo el Confesor, interpretaban esto en un sentido absolutamente literal, y veían que lo que brota del costado abierto de Cristo en la cruz es justamente que el corazón se ha licuado, se ha hecho líquido y sale. Esto es algo muy bonito desde un punto de vista espiritual, es algo así como si Dios, licuando su corazón, lo entregase, lo difuminase para toda la humanidad.

Santo Tomás se anticipó al problema que aparece en este punto, no con los conocimientos de la medicina moderna, pero sí desde su concepción filosófica de la vida, y se anticipó a esto porque él decía que un corazón de unas pasiones tan ordenadas no era normal que se licuase. Interpretaba esto, más bien, en un sentido simbólico, es decir, que era como el ablandarse el corazón, en un derramarse el don del Espíritu Santo por el agua que brota de ese amor que llega hasta el extremo, hasta el final. Hacía una lectura de este salmo en un sentido más espiritual.

San Agustín de Hipona, volviendo de nuevo a las citas de los Padres, hablaba, en fin, también de San Juan Evangelista como aquel que bebía de lo íntimo del corazón del Señor los secretos más profundos.

En fin, con todo lo dicho hemos efectuado un recorrido suficiente como para tener una perspectiva global del tiempo de los Padres acerca de nuestro tema. Resumimos las dos claves que hemos desarrollado:

1º.- Primero, la lectura de la Escritura, centrándola y leyéndola a la luz del costado abierto nos permite tener una inteligencia más profunda de la misma.
2º.- Segundo, el privilegio del Apóstol San Juan va muy unido a esto para terminar hablando de esa centralidad del corazón en el ser humano y, por lo tanto, también de la centralidad salvífica del corazón de Jesús.

Vamos a concluir con una cita del entonces Cardenal Ratzinger, que se refiere a este estudio del corazón de Jesús en los Padres. Todos estos estudios se los debemos principalmente a un autor llamado Hugo Rahner, al que Benedito XVI, entonces Cardenal Ratzinger, apreciaba mucho, y le agradece públicamente su labor de investigación de la teología de los Padres y, lo comenta así: “La devoción a Cristo Jesús es lo central del cristianismo, y es devoción por poner nuestra atención, nuestra voluntad, nuestra persona en el Hijo de Dios que se hizo carne, y por eso no puede prescindirse de su humanidad; el que no quiera ser superficial tiene que llegar a su corazón”. Ésta es un poco la clave de lo que queremos trasmitir cuando hablamos del corazón de Jesús. ¿Que añade? ¿Qué aporta la devoción al corazón de Jesús a esa devoción a Cristo que es propia del cristianismo? Pues justamente esto, ir a lo central de la persona de Cristo. A veces hay miradas a Jesús que son muy intelectuales. Si uno quiere expresar como se relaciona lo humano y lo divino en Jesús, tiene fórmulas como las de Calcedonia en las que queda muy claro, pero podría quedar ahí un Jesús muy auténtico, muy verdadero desde el punto de vista intelectual, pero, la pregunta es: ¿Cómo trato yo con ese Jesús? A veces hay miradas a Jesús que se quedan simplemente en “hizo esto”, “dijo lo otro”. La verdadera espiritualidad cristiana es un encuentro con el amor de Dios en Cristo, y cabe cuestionarse en qué lugar puede darse esto si no es en el corazón de Cristo y de corazón a corazón. Pues eso es lo que a su manera nos enseñaron los Padres de la Iglesia.

 

Visto 3247 veces Modificado por última vez en Sábado, 23 Marzo 2019 21:49

No tienes permisos para publicar comentarios. Debes tener un usuario privado para publicar. Para acceder al Foro con tu usuario y contraseña, pulsa aquí. Si aún no tienes usuario, crealo pulsando aquí