Diciendo sí, María renuncia a sí misma, se anula a sí misma, para dejar que solo Dios sea activo en Ella; le abre a su acción todas las posibilidades que constituyen su esencia, que le fueron confiadas, sin que Ella quiera o pueda dominarlas. Ella se decide a dejar actuar solo a Dios, y precisamente por esa decisión se transforma en cooperadora. Pues siempre la cooperación en las obras de la gracia es fruto de una renuncia. En el amor toda renuncia es fecunda, porque crea espacio para la respuesta afirmativa a Dios, y Dios solo espera la afirmación del hombre para mostrarle lo que un hombre puede junto con Él. Nadie como María ha renunciado tanto a todo lo propio para dejar reinar solo a Dios; y, por tanto, a nadie como a Ella, Dios le ha regalado un poder mayor de colaboración. Renunciando a todas sus posibilidades, Ella recibe su cumplimiento, más allá de todo lo esperable: co-actuando con el cuerpo, Ella deviene Madre del Señor; co-actuando en el espíritu, su sierva y su esposa. Y la sierva se transforma en madre; y la madre, en esposa: toda perspectiva que se cierra abre una nueva, siempre más profunda, hasta donde se pierde la vista.
Su fecundidad es tan ilimitada porque también la renuncia contenida en su sí era tan infinita. María no pone ninguna condición, ninguna reserva, en su respuesta se dona totalmente, frente a Dios olvida toda prudencia, porque ante sus ojos se abre la inmensidad de los planes de Dios. Ella no solo quiere lo que Dios quiere, sino que entrega a Dios su sí para que Él disponga, lo forme, lo transforme. Diciendo sí, no tiene deseos, predilecciones, exigencias que debieran ser tenidas en cuenta. No cierra ningún contrato con Dios; solo quiere ser asumida en la gracia, exactamente como la gracia lo requería. Solo Dios debe administrar su sí. Si Dios es el que condesciende ante Ella, entonces su respuesta solo puede ser una donación de obediencia ciega. Ella no conoce ningún cálculo, ninguna seguridad, ninguna alusión a una reserva. Solo sabe que su papel es el de la sierva que se ubica tanto en la humildad que siempre prefiere lo que se le ofrece, que nunca trata de procurar o conducir algo por sí misma, que no prepara ni guía la voluntad y los deseos de Dios. Solo cuando el sí haya sido pronunciado, Ella configurará por sí misma. Entonces Ella perseverará en ese sí, no como si estuviera en una cárcel, sino, por el contrario, en la forma liberadora que desde ahora marca todo su ser. Desde el momento en que lo ha pronunciado, lo configura permanentemente, en cuanto se somete perfectamente a Dios en todo y de ese modo deja que el sí configure toda su existencia.
En verdad, esa participación en la configuración del sí significa que Ella renuncia de una vez y para siempre a la autoformación de su propia vida como igualmente a la vida de su Hijo. Desde el momento en que ha dicho su sí, su vida tiene la forma consciente y expresa de ese sí, y todo lo demás depende de Él. Esto significa que su sí tiene la forma de un voto. Pues un voto es una donación tan definitiva de la libertad y de la capacidad de disponer del hombre a Dios, que Él de ahora en más posee, por ese acto humilde y confiado de depositar la libertad y la vida, lo nuestro junto a sí y con ello tiene la posibilidad –poco a poco o de una vez– de utilizar y transformar lo que fue puesto en sus manos según su deseo.