Ese sí triple se transforma en el nacimiento de un triple fiat [=hágase] que deja hacer: de un fiat de la Madre misma, de un fiat del Hijo y de un fiat de la Iglesia. El fiat es la expresión y el resultado del diálogo entre Dios –por medio del ángel– y María. Dios anuncia su acción y la Madre responde sin vacilar y sin poner condición alguna para la forma exterior de su vida futura. Pues Dios mismo ha cultivado y formado el interés de ella en vista de esa su acción. El diálogo encierra una pregunta de Dios, pero no es una que espera una respuesta en el mismo pie, de igual a igual. Más bien, Dios le anuncia el próximo nacimiento de su Hijo como un hecho. Pero este anuncio acontece en la luz del sí ya presupuesto y aceptado. Y la Madre da su consentimiento como una criatura libre, sin reservas ni consideraciones. Ella no sale al encuentro del anuncio de Dios con reflexión altiva, sopesando lo que quisiera responder. No opone su sí a la palabra de Dios como si fuera otra palabra del mismo rango. Ella extiende su palabra como una alfombra bajo los pies de la palabra de Dios. Cuando un hombre marcado por el pecado original se pone a sí mismo, en cuerpo y alma, a disposición de Dios, eso nunca sucede sin un cierto cálculo. Él ve y experimenta la renuncia a una variedad de dones naturales, a los que su naturaleza parece tener un cierto derecho, y en su donación siempre se refleja aquello a lo que ha renunciado. Él no se puede liberar perfectamente de una referencia retrospectiva a lo que ha ofrecido. La Madre no conoce algo parecido. No pondera lo que da ni lo que recibirá a cambio. Para su espíritu y para su cuerpo no conoce otro empleo más que el servicio. Y Dios quiere recibir en libertad ese servicio como un servicio plenamente libre. Su sí no es superfluo. Ella debe pronunciarlo: «Hágase en mí según tu palabra», y su propia palabra es igualmente fundamental por estar ella misma fundada en la palabra de Dios. Ella puede pronunciarlo, además, porque es la Inmaculada Concepción y por tanto está preparada para ofrecer semejante disponibilidad. De ese modo crea una relación nueva entre la palabra de Dios y la respuesta del hombre.
«Hágase en mí según tu palabra»: esta respuesta de la Madre resuena a través del ángel directamente en Dios. Y significa: que suceda en mí según tu designio, según tu palabra divina, que es, en último término, tu Hijo. En ese «según tu palabra» la Madre depone sin miramientos todo lo que le ha pertenecido. Ella quiere que todo lo propio se transforme en algo en que solo el Verbum Tuum actúe, según a Él le plazca. No acompaña esa promesa con ninguna clase de observación aclaratoria. Todo el sentido inagotable de su voto radica en que él contiene el sentido de Dios. Y en cuanto ella lo quiere y lo realiza, le allana en sí misma el camino a la palabra de Dios. Y ciertamente, el camino que se pierde a la vista: el camino de la filiación, pues la palabra se hace su Hijo, pero de filiación divina, pues deviene su Dios y por medio de ella retornará al Padre. Su maternidad recibe una expansión incalculable e ilimitada. Ella, por la voluntad del Hijo, deviene Madre y sierva a la vez: entrañando lo y protegiéndolo, pero entrañada y protegida en Él; formándolo, pero formada por Él.
A partir de aquí el fiat pasa a todos: se transforma en propiedad de la Iglesia en la forma de la oración al Padre. En tanto el Hijo regala a los hombres su oración personal al Padre, que Él recibió de la Madre, esa oración recibe su amplitud, su carácter católico y eucarístico. Ella vive en cada fiat pronunciado en la comunidad del Señor.